miércoles, 9 de julio de 2008

Barenboim en Granada: un nuevo Bruckner

¿Nuevo? Pues no estoy seguro del todo, ya que mi querido amigo José Sánchez Rodríguez, experto bruckneriano, me asegura que la Octava ha ofrecido un concepto bastante cercano al de la que le escuchó hace ya años en los Proms. Bien, puede ser, pero lo cierto es que la interpretación que Barenboim ha ofrecido de las tres últimas sinfonías de Bruckner en el Carlos V me ha parecido diferente de lo que el argentino ofreció en sus grabaciones discográficas ya conocidas con la Sinfónica de Chicago primero y con la Filarmónica de Berlín después.

Sigue siendo el Bruckner de Barenboim dramático, rebelde y desgarrador, cómo no. Sigue estando muy alejado de la religiosidad pseudomística, de la blandura y de la mera delectación en el sonido, claro está. Y sigue sin buscar en ningún momento la espectacularidad por sí misma, poniendo en su lugar todo el edificio sonoro al servicio de la emoción más sincera. Pero en las interpretaciones granadinas ha habido elementos que hasta ahora yo no había visto con claridad en sus interpretaciones brucknerianas: un fraseo más concentrado y paladeado, un legato digamos “amoroso” digno del mejor Giulini y, por qué no decirlo, un carácter místico y reflexivo hasta ahora arrinconado por el conocido temperamento dramático del argentino.

Lo diré de otra manera: este Bruckner de Barenboim ha sido, sin renunciar a su personalidad, más rico en concepto que el hasta ahora nos había ofrecido, pues hay espacio en él, por así decirlo, para el humanismo, para la ternura, para el amor incluso, así como la reflexión religiosa bien entendida. Palabras que sin duda Barenboim rechazaría de plano aplicadas a la interpretación musical, un arte que para él no es traducible en términos extramusicales, pero que a los aficionados bien nos permiten aproximarnos a una realidad difícil de aprehender de otra forma.

Hay más. En las interpretaciones granadinas el manejo de la gama dinámica ha sido especialmente minucioso, gracias a una técnica de batuta prodigiosa que ha sabido construir la arquitectura con especial solidez y a una orquesta que, sin ser ni de lejos la del Concertgebouw que nos maravilló la semana anterior en el mismo Carlos V, sabe responder plenamente a las demandas del director. Dudo mucho que la retransmisión radiofónica, realizada por Radio Clásica a toda Europa, haya sido capaz de recoger tal variedad de matices. Asombrosa por lo demás la plasticidad de la orquesta y la atención a la polifonía, muy especialmente a esas líneas de la madera que a veces quedan un tanto desdibujadas.

En fin, tres veladas para el recuerdo. Si la Séptima no me impresionó particularmente fue porque su registro con la Filarmónica de Berlín era ya excelso. La Octava, por el contrario, ha sido sin duda superior a sus dos admirables pero irregulares grabaciones (la de Chicago pinchaba en el tercer movimiento y la de Berlín lo hizo en el primero). Y con la Novena, a pesar de un scherzo más furioso y desgarrador que nunca, Barenboim ha visto por fin que no todo en esta obra descomunal tiene que ser negrura y desesperación, y se ha acercado muchísimo a esa prodigiosa síntesis entre nihilismo y vuelo lírico que Carlo Maria Giulini consiguió en su referencial registro con la Filarmónica de Viena.

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