miércoles, 22 de octubre de 2008

Música frente a artes plásticas: sí a Doktor Faust

Me he interrogado sobre ello muchas veces. La penúltima de ellas, viendo la magnífica -y estremecedora- exposición sobre las vanguardias artísticas durante la I Guerra Mundial que en Madrid están presentando la Tyssen y Caja Madrid. La última, hoy mismo comprobando la previsible irritación de algunos (seguramente muchos) aficionados ante la presentación en el Maestranza de Doktor Faust de Busoni. ¿Por qué mientras las artes plásticas de hace setenta, ochenta y noventa años están ya plenamente asumidas por el público hasta el punto de que el personal está dispuesto hacer largas colas para ver a los Kandinsky, Brancussi, Boccioni y compañía, la música "de vanguardia" de la misma época es rechazada de plano? Bueno, la música en general y muy particularmente la ópera, pues cosas como La consagración de la primavera ya no son tan mal vistas, pero programar -por poner ejemplos tomados del teatro sevillano- títulos como Una tragedia florentina, Lulu o el citado Busoni es considerado no ya como un riesgo de cara a la taquilla, que lo es, sino como un discutible "experimento" de rescate de obras presuntamente olvidadas, incluso a veces como un atentado contra lo que debería ser la línea de un buen centro lírico. Y que conste que esto no ocurre en Sevilla solo, ni siquiera en España, sino también -aun desde luego en menor medida- en todo el mundo civilizado. ¿Acaso se lleva mucho a escena una obra maestra del calibre de Moisés y Aarón?

¿Dónde está el problema? ¿Acaso las estéticas se encuentran muy alejadas? Todo lo contrario. Por poner un solo ejemplo, la correspondencia espistolar entre Kandinsky y Schönberg es bien conocida, y no hay particular problema en reconocer los paralelismos artísticos entre uno y otro (aunque el autor de Pierrot Lunaire en su faceta de pintor transitase un camino diverso, ese es otro asunto). Los matrimonios maduros están ya sustituyendo en sus salas de estar el Renoir, el Degas y el Van Gogh por alguna acuarela abstracta de Kandinsky, un Picasso y un Chagall; incluso, en un alarde de "modernidad", pueden colgar un Marc, un Kokoschka y hasta un Nolde. Pero como les programen en la orquesta a la que están abonados algo del citado Schönberg, de Berg o incluso de un Prokofiev o un Bartók, no dudarán en soltar sus exabruptos al terminar la ejecución para demostrar que ellos -y ellas, que diría la ministra- están disconformes con los "vanguardistas" criterios del "pretencioso" programador de turno. Y no digamos si les sueltan una ópera de hace ochenta años que no sea de Puccini o Strauss.

Quizá el quid de la cuestión resida en la propia naturaleza de la música. Las artes plásticas por definición, y más aún en esta cultura nuestra tan eminentemente visual, pueden ser fácilmente asimilada por los sentidos incluso cuando de una representación abstracta se trata, siempre que la combinación de formas y colores ofrezca verdadero atractivo; los mass media han hecho bastante, aunque sea por razones puramente comerciales, por familiarizar nuestros sentidos con muchos de los códigos e iconos de las vanguardias históricas. La música, por el contrario, necesita una muy superior concentración y esfuerzo por parte del receptor, que además de manejar unos códigos que con frecuencia le resultan ajenos, tiene que estar sentado durante un tiempo más o menos prolongado con la atención puesta en la partitura, sin mientras tanto poder intercambiar con nadie sus apreciaciones sobre lo que está sonando.

¿Significa esto que debemos tirar la toalla y esperar que las cosas sigan su cauce? Me parece que no, pues el desfase cronológico en la apreciación de artes plásticas por un lado y la música por otro es cada vez mayor. Creo por ello que es obligación de nuestras instituciones públicas la de dar a conocer los grandes hitos de la música de las "vanguardias históricas", unos de mayor calidad y otros no tanto, a ese público reacio a adentrarse en lo desconocido, comprensiblemente acomodaticio y hasta ahora poco educado en su sensibilidad para la música "no convencional"; y de hacerlo aún a riesgo de sufrir costes en la taquilla y de recibir el desprecio, a veces expresado con escasa educación, por parte de un sector de los aficionados. De ahí que aplauda la iniciativa de programar Doktor Faust en Sevilla, con la confianza de que se irá abriendo paso entre el público de la misma manera que este título -como otros muchos- lo ha hecho en sitios tan escasamente atrevidos como el Festival de Salzburgo y el Metropolitan de Nueva York.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La programacion del Maestranza está llevada excesivamente personalizada a los gustos de Pedro Halfter, y Sevilla no es Milán ni Londres,no hay tradicion operistica.Habria que ir poco a poco introduciendo obras menos transitadas.Un acierto, si, pero ¿Sevilla y Busoni?---extraña combinacion....

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Sevilla y Busoni. ¿Por qué no? ¿Acaso no podemos disfrutar en España de Rembrandt, estando la pintura holandesa del XVII totalmente distante de nuestra historia, de nuestra tradición y de nuestra sensibilidad? No creo que debamos poner límites territoriales, cronológicos o estéticos a nuestra capacidad para disfrutar de todo lo bueno que ha creado la cultura humana.

Otra cosa es que Halffter se haya centrado en una línea concreta de ampliación del repertorio cuando hay también, ciertamente, otros campos distintos para hacerlo. ¿Por qué no hacer El ángel de fuego, de Prokofiev? O San Francisco de Asís, de Messiaen. O la divertidíma El gran Macabro de Ligeti. O, por qué no, Sweeney Todd. Lo dicho: no hay que ponerle barreras a lo bueno.

Anónimo dijo...

Si a Doktor Faust. Y que digan lo que digan los que se conforman con el enésimo DVD de la Traviata.

Saludos del "mariquita" de anoche :P

Javier

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