lunes, 16 de febrero de 2009

Barenboim, un Año Nuevo diferente

Ya escribí un comentario en este blog inmediatamente después de la retransmisión televisiva (enlace), pero ahora que he podido ver el DVD editado por Decca quiero realizar algunas matizaciones. Antes he de corregir un grave error de apreciación: es falso que faltara, como escribí, “transparencia orquestal en determinados pasajes”. La culpa fue de la emisión de Radio Televisión Española, o quizá de su fuente original, porque en la edición comercial que acabo de escuchar la claridad es admirable.

Mi valoración general del evento sigue, por lo demás, siendo la misma: versiones robustas y muy sinfónicas que se destacan ante todo por su fuerza dramática y su alejamiento de todo lo que puede sonar preciosista o decadente, lo que en unos casos funciona de maravilla y en otros no tanto. Y en comparación con el muy desigual -pero interesantísimo- disco dedicado a Johann Strauss II con la Sinfónica de Chicago que comenté en la entrada inmediatamente anterior, la diferencia es importante: aun siguiendo la misma senda, el de Buenos Aires ha mejorado en el estilo y ha eliminado las brutalidades gratuitas de antaño, además de contar ahora con la presencia de una Filarmónica de Viena que, aun sonando claramente “a Barenboim”, hace gala de su inconfundible personalidad.

La obertura de Una noche en Venecia que abrió el programa resulta espléndida por su combinación de fuerza y garra con el lirismo más arrebatador: como escribí en su momento, la sección central es verdaderamente memorable. Leyendas del Oriente, un vals más bien flojo que se entiende como homenaje a la West-Eastern Divan Orchestra, conoce una irreprochable interpretación. Un tanto sosa, por no alcanzar la chispa y la picardía necesarias, resulta la Annen-Polka, mientras que en Correo urgente se echan muchísimo de menos la electricidad y la brillantez inigualables que en las polcas rápidas desprendía un Carlos Kleiber.

Notable la interpretación de Rosas del Sur, aunque desde luego bien lejos del estilo propiamente “vienés”. Excelente Balas mágicas, donde por fin Barenboim empieza a desplegar el humor y la chispa propias de este tipo de piezas.

La segunda parte se abre con una impresionante obertura de El barón gitano en la que Barenboim hace gala de una pasmosa fuerza dramática y de una plasticidad admirable en el manejo de la orquesta. Ni que decir tiene que ésta “se sale”: espléndido el clarinete, bellísimos -como siempre- los chelos. Rústica y viril la marcha de la misma opereta, de la que también sale el Vals del tesoro, interpretado con entusiasmo y muy sensatamente rubateado, sin exageraciones aunque tampoco –todo hay que decirlo- con las sutilezas de los grandes maestros en este repertorio.

Magnífica la interpretación del Vals Español de Joseph Hellmesberger II (hasta aquí todas las obras eran de Johan Strauss II): Barenboim demuestra que se puede ser sensual, encantador y delicioso sin caer en la frivolidad ni en la cursilería. Muy ágil el Zampa-Gallop de Johann Strauss padre. Deliciosa y de un arrebatador vuelo lírico la interpretación de la Alexandrinen-Polka compuesta por su hijo.

Excelente Bajo truenos y relámpagos, sin la tendencia al escándalo gratuito de su no menos poderosa interpretación en Chicago. Y sensacional la del sublime vals Música de las esferas, de Josef Strauss, donde Barenboim -con permiso de Karajan, inalcanzable en su concierto de 1987- renuncia a la ensoñación para ofrecer una lectura voluptuosa y sensual que alcanza momentos de gran vibración emocional.

De Éljen a Magyár! el de Buenos Aires ofrece una recreación entusiasta en la que sobresale el “rústico” -y muy acertado- tratamiento de la percusión. El final de la Sinfonía de los adioses, me sigue pareciendo, qué le vamos a hacer, un poco soso, o al menos demasiado serio –musicalmente- para la ocasión, aunque su belleza y equilibrio son innegables. De propina, una fabulosa interpretación de ¡No estamos tan preocupados! llena de esa chispa, ese desenfado y esa electricidad que en otros momentos del concierto tanto nos había regateado el artista.

Muy buena, por su empuje y entusiasmo, la interpretación de El Danubio Azul, superior a la del disco con la Sinfónica de Chicago, pero aun así se han escuchado recreaciones con mayor finura y vuelo lírico. Y muy ortodoxa, al contrario que la interpretación del compacto citado, la Marcha Radetzky, donde Barenboim se permite hacer gala de un exageradísimo –y divertidísimo- histrionismo facial. Muy en resumen: un concierto que puede gustar muchísimo o no gustar nada, pero que es cualquier cosa excepto “más de lo mismo”. Con Barenboim, como era de esperar, el Año Nuevo ha sido diferente.

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