domingo, 30 de agosto de 2009

Discografía de las sinfonías de Brahms (XIII): el hedonismo de Bernstein

Afirma mi amigo y colega José Sánchez Rodríguez que con Leonard Bernstein la Filarmónica de Viena sonaba más a Filarmónica de Viena que nunca. Y tiene razón. Basta para comprobarlo comparar su ciclo Brahms registrado entre 1981 y 1982 para el sello Deutsche Grammophon, con filmaciones paralelas para Unitel, con cualquier otra de las integrales protagonizadas por la misma orquesta, las excelsas de Barbirolli, Böhm y Guilini entre ellas.

Y es que el inolvidable Lenny trata a la formación vienesa con una plasticidad sin parangón. Con él suena sensualísima a más no poder, con una riqueza tímbrica infinita, más embriagadora que nunca, muy especialmente en lo que a esos inconfundibles violonchelos se refiere. Ciertamente menos robusta que la Filarmónica de Berlín, pero más tersa, más luminosa y más “femenina” (perdón por el tópico machista), la Wiener Philharmoniker bajo la dirección de Bernstein no tiene rival que la supere.

Ahora bien, ¿quiere decir todo esto que las interpretaciones a las que nos referimos son, como ocurre con las de, entre otros, un Karajan o un Rattle, se quedan en una seductora combinación de sonidos? Pues no. Bernstein es un hedonista de la interpretación musical, pero para él el placer de la música no tiene que ver únicamente con los sonidos por sí mismos, sino con cómo el goce sensual que produce esos sonidos conducen a una serie de reacciones emocionales. Hedonismo, sí, pero hedonismo indisoluble del sentido expresivo. La intensidad y profundidad de las emociones, por consiguiente, están garantizadas, aun siempre dentro de un absoluto control de la arquitectura.

Tales cualidades quedan meridianamente expuestas en su descomunal interpretación de la Primera Sinfonía, en la que la sensación de espontaneidad no va en menoscabo una planificación extremadamente minuciosa y detallada; en este sentido la introducción del último movimiento, llena de hallazgos, es reveladora. Se trata por lo demás de una lectura de óptica juvenil, vitalista e impulsiva, muy emocionante en todo momento, no tan fogosa como la de Solti pero más reflexiva en los pasajes líricos.

No llega tan alto la Segunda, que no resulta tan carnal y arrebatada como lo esperable en Bernstein; incluso por momentos se echa de menos algo más de emoción. En cualquier caso se trata de una lectura bellísima, de perfecto equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco, lo lírico y lo épico, y por ende muy ortodoxa en su planteamiento.

La Tercera es, por el contrario, heterodoxia pura. Colocándose en las antípodas de su interpretación con la Filarmónica de Nueva York (perteneciente a su extrovertido ciclo para CBS, cálido pero muy tosco), Bernstein nos ofrece una lectura lentísima, muy estudiada, tan paladeada que llega a resultar parsimoniosa, estando sembrada además de diversos detalles de excentricidad. Versión en este caso más apolínea que dionisíaca, misteriosa y espiritual mas no dramática, uno se deja finalmente arrastrar por su incomparable belleza sonora, por su lógica interna y por gran fuerza que alberga. ¿Discutible? Mucho. Pero fascinante.

En la Cuarta no hay reparos que valgan. Bernstein aquí nos ofrece una increíble demostración de cómo se puede compatibilizar la belleza sonora más inigualable con la sinceridad, la emoción y la garra dramática, todo ello sin perder nunca el equilibrio de la arquitectura y obteniendo una claridad asombrosa.

El Allegro non troppo, no obstante, podía estar más paladeado en algunos pasajes líricos, si bien la sutileza de la matizadísima gama dinámica le deja a uno con la boca abierta. El segundo movimiento difícilmente habrá sonado nunca tan bello. Cargado de fuerza, el tercero es igualmente magistral. En el cuarto, lento y ominoso, Bernstein materializa lo que afirma en su locución introductoria que acompaña a la edición en DVD, esto es, la existencia de una fuerte palpitación romántica en un marco absolutamente clásico. Para quitarse el sombrero.

Su muy ortodoxa recreación de la Obertura Trágica resulta, para ser sinceros, algo rápida y escasa de dramatismo en comparación con las más extraordinarias (Barbirolli, Barenboim), pero en cualquier caso es nivel es muy alto. De la Académica Bernstein ofrece una lectura rápida, directa, realizada de un solo trazo y sin devaneos. Entusiasta, fresca y brillante, es quizá la mejor de entre las de enfoque festivo, y por eso mismo le falta algo de “bruma” y de sonido brahmsiano; asombroso, como siempre, el juego con la gama dinámica.

Hasta aquí, los registros en CD y los que han aparecido en DVD editados por la propia DG coinciden en las fechas (las tomas no son idénticas, pero proceden de conciertos ofrecidos en días consecutivos). De las Variaciones Haydn, sin embargo, tenemos dos interpretaciones bien distintas. La del DVD se remonta a 1972, una fecha en la que Bernstein aún no había terminado de madurar como el grandísimo director que después sería. Por eso quizá nos encontramos con que algunas variaciones le quedan un tanto nerviosas, mientras que las más líricas podrían estar más paladeadas aún.

En cualquier caso esta por lo demás dinámica, extrovertida y luminosa interpretación queda muy superada por la del CD, ya de 1981, de enfoque ahora más apolíneo -en el buen sentido-, equilibrada mas no otoñal ni morosa, y aún más maravillosamente sonada. Sólo le falta un poco de “sustancia poética” para ser genial.

La edición en DVD que incluye las sinfonías se complementa, lo dijimos de pasada, por unas introducciones del propio Bernstein en las que vuelve a dejar claro que no sólo con la batuta fue un enorme comunicador. Total, quien no tenga este doble DVD, que se lo compre cuanto antes, y a ser posible que adquiera también el DVD complementario que incluye oberturas, variaciones y una portentosa recreación de la la Serenata nº 2. Lo ideal sería, claro está, tener también la edición en CD, que trae su lectura “mejorada” de las Variaciones Haydn.

Una cosa más. Se encuentra disponible en eMule un vídeo en formato DIVX con la Primera Sinfonía en interpretación de Lenny y la Filarmónica de Israel en Osaka. Año, 1985: estamos pues ante el mejor y último Bernstein. Extrañamente falta el tercer movimiento. Una pena, porque de estar completa nos encontraríamos ante la más impresionante interpretación de toda la discografía. Mucho más "gótica" que su lectura de 1981 arriba comentada, vuelve a sobresalir la introducción del cuarto movimiento, rematadamente genial, aunque no sea menos memorable el clímax final del mismo, nunca igualado en semejante grandeza sin retórica. Descárguesela y disfrútela, por favor.

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