martes, 26 de enero de 2010

Tugan Sokhiev con la Filarmónica de Berlín

Tugan Sokhiev (Vladikavzak, Osetia, 1979) pasa por ser una de las grandes batutas jóvenes del momento. Yo no lo tengo tan claro: su Amor de las tres naranjas en el Teatro Real -que luego he visto también en DVD- me pareció solvente sin más, y alguna que otra cosa que le he escuchado en transmisión radiofónica tampoco ha despertado mi entusiasmo. Verle al frente de la Filarmónica de Berlín, a través de la Digital Concert Hall, en un concierto de hace tan solo unos días, sirve para comprobar qué es capaz de hacer este señor al frente de una orquesta de primerísimo rango, o sea, de ver si al margen de cuestiones puramente técnicas tiene algo interesante que decir.


Las dos fascinantes Transcripciones de Liszt para gran orquesta (Nuages gris y Unstern) que abrían el programa del pasado domingo 10 de enero realizadas en 1986 por el gran Heinz Holliger parecían muy bien interpretadas, con mucho sentido de la atmósfera, pero como no hay mucha jurisprudencia al respecto, poco más se puede decir.

El Concierto en sol de Ravel es otro cantar. No le falta precisamente personalidad a su recreación, angulosa y aristada, muy vitalista pero también algo gruesa en lo sonoro, por momentos tendente al ruido y sin toda la poesía que debe destilar. Casualmente (o no tan casualmente) esta interpretación recuerda mucho a la que grabó en 2007 Seiji Ozawa al frente de la misma orquesta, solo que Sokhiev no comparte sus aires jazzísticos y tampoco posee el desarrolladísimo sentido del color y de las texturas del maestro oriental. En las dos interpretaciones los formidables solistas de la Filarmónica hacen gala de una tímbrica particularmente incisiva.

Si en el disco de Deutsche Grammopohn un virtuosístico Yundi Li se quedaba más bien corto en poesía, Hélène Grimaud sabe aquí desplegar un vuelo lírico admirable, exhibiendo además una pulsación de enorme belleza y sensibilidad, sobre todo en el hermosísimo Adagio assai. El problema es que se contagia quizá en exceso de la visión de Sokhiev y su fraseo en los movimientos extremos resulta por momentos algo nervioso, incluso crispado. A medio camino, pues, aun siempre dentro de un alto nivel.

La Segunda Sinfonía de Rachmaninov parece confirmar que con este director no hay para tanto. Y eso que el sonido de la orquesta es ideal para la obra, haciéndola sonar la batuta de modo escapado y rocoso sin menoscabo alguno de la claridad instrumental. Por desgracia Sokhiev, que carece de esa particular morbidez en el fraseo propia de Rachmaninov, no logra que el vuelo poético despegue, y la sensación de rutina se termina imponiendo en una recreación en la que faltan estilo, implicación emocional y creatividad. Encima hay más de un portamento fuera de tiesto. Eso sí, resulta admirable el cuarto movimiento, brillante y poderoso, dicho además con un entusiasmo que ya hubiéramos deseado para el resto de la interpretación.

Aquí dejamos el enlace para ver el concierto.

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