martes, 9 de noviembre de 2010

The turn of the Screw en el Real

Dijo José Luis Téllez en su -magnífica, como siempre- conferencia introductoria que The Turn of the Screw es la obra maestra indiscutible de Benjamin Britten. No seré yo precisamente quien discuta semejante valoración. Al contrario, lo que me parece lamentable es que haya aún melómanos reacios a que se programe esta ópera, así como -esto es mucho peor- gestores musicales que declaren alegremente que “el público no está preparado”, afirmación esta que he tenido la desgracia de escuchar por ahí. Los melómanos madrileños han respondido bien, y aunque las entradas se han vendido con manifiesta lentitud, el pasado sábado 6 de noviembre -tercera de las ocho funciones programadas- el Teatro Real conoció un lleno casi completo de su aforo, patio de butacas incluido. Gran acierto de programación por parte de Antonio Moral, sin duda, y muy sensata la decisión de Mortier de mantener el título en su reorganización de la temporada.

La función estuvo bien, a secas. Se alcanzó un nivel muy digno, sin ningún elemento particularmente memorable pero con la suficiente solidez para que el embrujo de música y libreto (¡magnífico trabajo de Myfanwy Piper!) ejerciera su sugestión sobre el público. Para alcanzar lo memorable hubiera hecho falta, nunca mejor dicho, otra vuelta de tuerca, y más concretamente en lo que a la dirección de Josep Pons se refiere: el maestro catalán acertó plenamente a la hora de recrear la vertiente más digamos “impresionistas” de la partitura gracias a una dirección concentrada, sensual y no poco evanescente, pero dejó de lado las tensiones “expresionistas” de la obra, por lo que los aspectos más obsesivos, angustiosos y desgarrados se vieron pobremente reflejados. Tampoco la plantilla de trece músicos de la Sinfónica de Madrid, dignísima, ofrece el virtuosismo y la intencionalidad de, pongamos por caso, la Orquesta de Cámara Mahler con la que Daniel Harding hizo maravillas.

Me gustó Emma Bell en el rol protagonista. La voz no es bella, pero la encontré con más cuerpo y más sólida en el registro grave que en el Idomeneo de hace unos años también en el Real (enlace). Canto con gusto, no hubo ningún accidente vocal y mostró credibilidad todo el tiempo. Menos bien de voz -el instrumento suena algo gastado, con menos armónicos- encontré a John Mark Ainsley, a quien en cualquier caso hay que agradecerle que cantara con virilidad y no con esa extraña mezcla de timidez y afectación que algunos tenores parecen asociar a “lo británico”. Irreprochable la Miss Jessel de Daniela Sindram, y un gustazo encontrarse con Marie McLaughlin en el rol de Mrs. Grose. De la niña Flora se encargó, con ocho años y algunos quilos más a sus espaldas, quien lo hizo en el DVD de Aix con Harding (enlace), Nazan Fikret, con resultados más que aceptables. Lo más flojo fue el Miles del pequeño Peter Shafran.

Espléndida puesta en escena de David McVicar, a quien pronto le veremos su controvertida Aida en Valencia. Esta producción del título de Britten, que proviene del Mariinski y luego se vio en la ENO, es del todo ortodoxa, lo que no quiere decir ingenua. De hecho me parece un gran acierto que la niña Flora no vea nunca a los fantasmas, y más aún que en el dúo de espectros que abre el segundo acto -lo más personal del libreto, al apostar en ese momento por la realidad de los mismos- se haga en presencia de la institutriz dormida, dejando especular que semejante encuentro no sea sino fruto de su imaginación: la ambigüedad es una absoluta necesidad tanto en el fascinante relato de Henry James como en la ópera de Britten y en las diferentes adaptaciones fílmicas (entre las cuales The Innocents, de Jack Clayton, es una obra maestra absoluta, dicho sea para quien no haya tenido la oportunidad de verla).

Volviendo a la producción de McVicar, habría que aplaudir el excepcional trabajo de luminotecnia a cargo de Adam Silverman, así como la agilidad coreográfica de los -numerosos pero necesarios- figurantes que movían los elementos escenográficos en los interludios. Un trabajo serio, ortodoxo y muy bien realizado, pues, ya que no creativo ni particularmente revelador, que redondeó una buena noche de ópera en la se demostró por enésima vez que hay en el siglo XX títulos de calidad más que suficiente como para inclinar, aunque sea temporalmente, la balanza programadora hacia un siglo habitualmente ninguneado desde el punto de vista operístico. La buena respuesta final del público lo dejó bien clarito.

3 comentarios:

Eugenio Murcia dijo...

Fernando, he sacado de una biblioteca la versión de esta ópera seguramente más conocida, la del propio Britten con Pears y el niño David Hemmings. Que sea la más conocida, ¿quiere decir que sea la mejor?. Siempre me ha gustado mucho Britten, a quien Norman Lebrecht siempre ha puesto a parir como persona, y me llamó mucho la atención la anécdota de Boulez, cuando dijo que venía a hablar de compositores, y no de Britten. Boulez siempre me ha parecido un coloso (yo creo que Barenboim, Haitink y él son los más grandes maestros en activo) pero siempre ha sido muy bocazas y prepotente, como si quisiera sentar cátedra. ¿Crees que algún día Boulez grabará algo de Britten o es demasiado orgulloso?. De momento, en un reciente festival de Aldeburgh se ha tocado una pieza de Boulez. O sea, que nobleza obliga. Pero ha sido muy fuerte el encono que ha habido entre progresistas y conservadores, y todavía dura (hace poco Miguel Morate descalificaba a la música de cine en un editorial de Audioclásica). Lo curioso, y vuelvo de nuevo a mi querido Nino Rota, es que este compositor era amigo tanto de Britten como de Shostakovich, y al mismo tiempo tenía una relación magnífica con Bruno Maderna, compositor vanguardista que admiraba mucho a Rota. Sé que tu eres un crítico abierto, y te gusta la música de cine e incluso los musicales (un compañero tuyo de Ritmo, Jose Antonio Ruiz Rojo, Tb es muy amante del cine y de las bandas sonoras). Angel Carrascosa, a quien admiro mucho como crítico y posiblemente sea de las personas que más sabe de ópera de España, es más clásico en sus gustos (no recuerdo haber leído nada escrito por él acerca de música de cine). Otro día te hablaré de un tema que me obsesiona, ¿por qué se analizan tanto las versiones de una obra y no el valor de la obra en sí?. Pero creo que me he extendido demasiado y he sido muy disperso, cuando mi objetivo primero es que me recomendaras algna versión reciente de la ópera de Britten (si es posible en CD). Un saludo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Eugenio, lamento no poderte recomentar mucho de Britten porque mi discografía sobre ese compositor -que me gusta mucho- no es grande, entre otras cosas, lógicamente, porque tampoco hay gran cantidad de registros en el mercado. El clásico de los clásicos es el Peter Grimes de Colin Davis en Philips, claro. Tengo entendido que el Billy Budd de Nagano es impresionante. De todas formas yo para Britten acudiría siempre al DVD.

¿Por qué no le gusta a alguna gente? Pues por una mezcla de prejuicios y pedantería, digo yo. El grandisimo Boulez ha dicho a lo largo de su vida muchas majaderías, contra Britten y contra Shostakovich, por ejemplo. También Barenboim las ha dicho, aunque en menor medid y luego se arrepiente. Hace años no le gustaba Mahler y ahora mira. Y por fin está empezando a dirigir Shostakovich. A Rachmaninov, por desgracia, aún no lo ha tocado. Qué lástima.

Te comento que hace años se editó en Sevilla una "guía discográfica de la música clásica" en cuatro extensos volúmenes en la que el autor del último, Francisco Ramos, no dedicaba ni una sola línea a Rachmaninov ni a Britten. Ni siquiera los citaba. No digamos ya a Herrmann, Rota y compañía. Pura pose "vanguardista", claro, aunque mi colega y amigo Ismael G. Cabral adora ese libro y a su autor.

En cuanto a Lebretch... que le den. Ya ha demostrado sobradamente que es un profundo imbécil. Aun recuerdo su artículo poniendo a parir a André Previn... porque "no sabe más que casarse" (sic).

Ah, si en revistas omo Ritmo y Scherzo se habla más de la interpretación que de la música es porque de esta última hay muchísimo escrito por ahí, claro, y lo que quiere saber el lector es si el disco de turno merece la pena ser comprado. Si te fijas, cuando se trata de una obra desconocida los críticos se centran más en ella que en las versiones. Un saludo.

Eugenio Murcia dijo...

Por eso me gusta mucho la sección "Tema del mes", porque suele hablar algo de compositores. En cuanto a Francisco Ramos, lo conozco porque se encarga en la revista Scherzo de la crítica de música de los siglos XX y XXI. Un poco lo mismo que hace David Cortés en Ritmo. Otro crítico interesado por ese tipo de música es Germán Gan. Yo opino que tan nocivo como la banalización es ensalzar a músicos de nula capacidad de comunicación y convertir la clásica, ya bastante minoritaria, en algo exclusivamente intelectual. A mi me gustan mucho compositores como Werner Henze, Ligeti o varios de la vanguardia polaca, pero nunca me ha gustado la música de Berio o Stockhausen (salvo algunas obras muy aisladas). De acuerdo en lo de Lebrecht, persona con la que sólo coincido en la devoción por Mahler (y me parece que Pérez de Arteaga defiende mucho mejor la causa del genio de Kaliste). Y algún día me comentas qué tienen que ver con la música lo artículos de Muñoz Molina en Scherzo.

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