viernes, 10 de junio de 2011

Víctor Pablo, o el peor Mozart posible

Por descontado que puede haber Mozarts mucho peor realizados, más toscos y deshilachados, pero no se trata de una cuestión técnica: el maestro burgalés ha demostrado sobradamente su dominio de la batuta, y de hecho en estas Nozze di Figaro que está haciendo en el Teatro Real su solvencia ha sido plena en este sentido. Víctor Pablo Pérez ha hecho muy bien lo que ha querido hacer: el peor Mozart posible. Mejor dicho, y para dejarlo en el terreno de lo subjetivo: el Mozart que más detesto. Es decir, el Mozart cajita de música. Canijo e ingrávido en la sonoridad (¡qué violines!), repipi en el fraseo, estrechísimo en la dinámica, flácido en las tensiones, anodino en lo teatral, plano en lo expresivo. Por si fuera poco, Víctor Pablo intenta llegar a un dudoso punto de equilibro entre lo tradicional y lo historicista -más en el tratamiento del vibrato que en los ataques o en la distribución de planos sonoros-, pero sin tener muy claro cómo hacerlo. El resultado, un aberrante cruce entre Claudio Abbado y Christopher Hogwood, con toda la cursilería del primero y la sosería del segundo.

Añadamos a esto que la Sinfónica de Madrid volvió a demostrar su falta de afinidad con el Clasicismo y que el fortepiano de Angelo Michele Errico se contagió de la frívola coquetería de la batuta. Total, este ha sido posiblemente el más lamentable Mozart que he escuchado en directo en mi trayectoria de melómano. ¿Cómo es posible que el Real haya vuelto a contar con Víctor Pablo después de su abucheado Don Giovanni, y que el maestro se haya atrevido otra vez con Mozart habiendo reconocido ante la prensa que tras la mala aceptación del título anteriormente citado tenía que sentarse a reflexionar?

Con semejantes mimbres en el foso lució poco el reparto. Claro que tampoco había mucho que lucir. Quien más me gustó entre los principales personajes fue el Fígaro solvente, estilístico, honesto y bien cantado de Pietro Spagnoli. Su rival en la ficción tiene sin embargo poco que hacer: Nathan Gunn parece haber hecho carrera a pase de lucir palmito, porque en directo no se le oye, y como en esta producción el regista no le buscó un desnudo "por exigencias del guión" para distraer al personal, las insuficiencias vocales del barítono norteamericano quedaron particularmente en evidencia. Por si fuera poco en lo expresivo es de una sosería que echa para atrás, lo mismo que le ocurre a Annete Dash: la chica maneja bien su pequeña voz, pero está muy lejos de sintonizar con el personaje de la Condesa, rol sublime donde los haya. Sin ser tampoco el colmo de la expresividad, Aleksandra Kurzak al menos se mostró atinada en su hermosísima aria del cuarto acto. Bueno sin más el Cherubino de Alessandra Marianelli.



Lo mejor, los veretanísimos secundarios. Raúl Giménez y Carlos Chausson han sido grandes cantantes, y aunque sus insuficiencias derivadas de la edad quedaron patentes -sobre todo en el caso del tenor, pese a lo cual cantó su infrecuente aria-, ambos dejaron muestra de su gran valía en cuanto a estilo, a comprensión del personaje, a desenvoltura escénica y -sí, también- a proyección vocal, merendándose en este sentido al resto de sus colegas. De la Marcellina de Jeanette Fischer, solo puedo decir que tras el intermedio se nos informó de que la cantante sufría una afección vocal, pese a lo cual seguiría cantando "por deferencia al público". ¿Por qué no se suprimió entonces por esta noche su aria del cuarto acto, que tampoco es precisamente lo más inspirado de Mozart?

Si la función se me hizo soportable fue por la producción de Emilio Sagi, que por cierto es una versión "corregida y aumentada" de la que le vi en Jerez hace años: la escena es más grande pero casi idéntica, y si la memoria no me falla, gran parte de los movimientos escénicos son los mismos. Me gustó bastante su labor entonces, y me ha vuelto a gustar ahora, aunque su valor no resida tanto en la dirección de actores -convencional, bien realizada- como en la belleza de la ambientación andaluza y en la fuerza de la iluminación a cargo de Eduardo Bravo. Por lo demás, con lo que está lloviendo hoy día en el mundo escénico, da gusto ver un Mozart así, tradicional en el mejor sentido, honesto y sin pretensiones. Nada que ver, desde luego, con el fallido Barbero del propio Sagi en el Real. Por otra parte he encontrado algunas deudas en estas Nozze hacia la clásica producción de Strehler, que he podido conocer en DVD gracias a la reciente recuperación de la Ópera de París, aunque también tengo que advertir que Sagi no cae en el error de cargar las tintas sobre los aspectos melancólicos de la página, que los tiene.

Quiero terminar con lo mejor de todo: las risas del público ante las peripecias del libreto, señal inequívoca de que muchas personas que se encontraban en el teatro madrileño este 10 de junio estaban escuchando Le Nozze por primera vez en su vida. Para mí, y a pesar de la irritación hacia la batuta que me corroía por dentro, ha sido hermosísimo compartir su regocijo y pensar que muchos estaban sintiendo lo mismo que yo sentí cuando me acerqué por primera vez a esta obra maestra absoluta mozartiana. Magnífica señal, además, para el futuro de la lírica. Laus Deo.

2 comentarios:

Mocho dijo...

Estuve anoche.
Aburrimiento, sopor. Se me hizo eterna.
Esta misma producción me encantó hace un par de años con López Cobos (que no es que sea el prototipo de lo animado, precisamente) y unos cantantes más competentes.
Ayer ya no sabía cómo ponerme.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

No me extraña, Mocho, no me extraña. Yo la de López Cobos (que por cierto van a sacar en DVD) la escuché en el coche conduciendo a Madrid: al lado de lo de Víctor Pablo, parece Karl Böhm. Coñazo total.

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