sábado, 21 de junio de 2014

La Turandot de Mehta, y punto

Teniendo mi butaca en la fila 1 del segundo piso justo encima del foso, atendí poco a lo que pasaba sobre el escenario del Palau de Les Arts en la función del pasado domingo día 15 de junio. Miré la mayor parte del tiempo a donde esa noche había que mirar: allí estaba Zubin Mehta, el más justamente celebrado intérprete de Turandot desde que Puccini escribiera –y no terminara, ay– esta obra maestra absoluta, ofreciendo frente a una orquesta condenada a la pérdida de su aún extraordinaria calidad, la más que probable última función operística en la ciudad del Turia tras ser ninguneado por los políticos que gobiernan la Comunidad Valenciana.

Zubin Mehta

Puede que no fuera esta la más depurada, la mejor planificada en sus tensiones ni la más creativa de las interpretaciones de Turandot a cargo de veterano maestro indio, sin duda volcado esa noche a ofrecer decibelios y espectacularidad en grandes dosis, pero aun así fue una enorme, impresionante recreación de la partitura pucciniana. Mehta domina los resortes técnicos y expresivos de esta obra a la perfección: el asombroso sentido del ritmo, el colorido riquísimo y variado en sus texturas –desde la tersura hasta la incisividad, sin restar un ápice de modernidad a la escritura–, el sentido de la opulencia , la brillantez y el refinamiento sin verse tentado por el exhibicionismo gratuito –en el que sí caía Karajan, por ejemplo-, la manera de mantener el pulso dramático sin perder de vista la riqueza de matices… Pero es, sobre todo, la portentosa manera de conjugar brutalidad y vuelo lírico, exotismo y canto italiano, energía y sensualidad, tradición y vanguardia, todos esos elementos en principio contradictorios que otorgan a esta obra su fascinante condición, lo que convierte a la dirección del maestro indio en una incuestionable referencia.

Estar la mayor parte del tiempo fijándome en él me permitió además verificar el extremadamente minucioso control que Mehta posee tanto sobre los cantantes como sobre cada una de las secciones y solistas de la orquesta: la batuta marca con claridad y asombrosa precisión mientras que la mano izquierda, utilizada en contadas ocasiones, corrige detalles el vuelo. Ni que decir tiene que la Orquesta de la Comunidad Valenciana estuvo entregadísima y que el coro, aunque haya estado quizá aún mejor en otras ocasiones, mantuvo un admirable nivel en su difícil parte. Un verdadero festín sonoro, en definitiva, que tuve la fortuna de tener a unos metros debajo de mí y de disfrutar con una mezcla de gozo y abatimiento –por saber que esta es la última vez que escucho algo así en directo– difícil de explicar. Estuve muy emocionado.

El rol titular corrió a cargo de Lise Lindstrom. La verdad, es un gustazo ver una Turandot esbelta y guapa. Y escucharla en una voz menos pesada de lo habitual, y por ende más maleable y adecuada para ofrecer matices canoros. El problema es que el instrumento posee, dentro de esta línea lírica, muy obvias desigualdades: agudos formidables, centro sin mucho interés y graves inexistentes, lo que significa, entre otras cosas, quedarse cortísima en la escena de los enigmas. La soprano estadounidense tampoco parece el colmo de la emotividad, así que su “princesa de hielo”, siendo buena, se quedó un poco a mitad de camino. Prefiero a la Guleghina en el DVD de esta misma producción, también con Mehta.

Jorge de León me entusiasmó en Pagliacci hace unos meses. Como Calaf me ha interesado menos, por lo de siempre: el tenor canario sabe que posee un agudo squillante que lo levanta a uno de su asiento, lo luce apoyándose en un fiato de gran amplitud y canta con luminosidad, arrojo y una enorme comunicatividad, pero no termina de pulir su técnica, que aún flojea en unos cuantos aspectos, y además descuida los aspectos más digamos “belcantistas” de lo que se le pone por delante. ¿Ha pensado este señor alguna vez en ofrecer un pianísimo? En cualquier caso, y aun haciéndolo por la vía más directa y menos trabajada, terminó triunfando con todo merecimiento. 

Solvente sin más Jessica Nuccio, una chica que intenta cantar bonito con una voz insignificante; incomprensible que Mehta parase la orquesta para propiciar el aplauso tras un “Signore, ascolta” del montón. Encuentro preferible a Hyun Kyung, que fue la Liú que pude escuchar cuando vi esta producción en 2009 bajo la batuta de Patrick Fournillier: también con poquita voz pero intérprete mucho más musical. ¿Por qué no se la ha contratado otra vez? Repitió Alexánder Tsymbalyuk como Timur: sonoro y muy notablemente cantado. Los demás cantantes cumplieron con solvencia, pero ahí quedó la cosa.

Sobre la vertiente teatral de la velada, me reafirmo por completo en lo que escribí en este mismo blog en su momento:

“La producción escénica, en sí misma, no me ha parecido gran cosa. Su interés es mayormente plástico: la escenografía de Liu King resulta muy vistosa y el vestuario de Chen Tong Xun es una preciosidad. Me interesa bastante menos la dirección de Chen Kaige, primer trabajo escénico del director de Adiós a mi concubina, pues aunque tiene la virtud de no salirse de madre, no sólo no aporta nada en particular (lo de la princesa de incógnito entre el pueblo no pasa de la anécdota) sino que además ofrece unas soluciones convencionales para el movimiento de solistas y masas.”

Hay que aclarar que en directo, por razones obvias, la vistosidad es aún mayor, y que a la postre la seducción de los ojos es tal que se termina perdonando la débil concepción teatral de Chen Kaige, en la que –lo debo añadir ahora– además hay algunos detalles que se nos podía haber ahorrado en esta reposición. Daba igual: esta era la Turandot de Zubin Mehta, y punto.

Los aplausos finales fueron apoteósicos, muy particularmente para el maestro de Bombay. Le llovieron rosas desde el foso y pétalos por parte del coro y del teatro. Hasta Helga Schmith salió a entregarle un ramo de flores. Le quieren en la casa y le quiere el público, pero los políticos necesitaban quitárselo de encima. Lo han conseguido.

Una cosa más: me parece una decisión muy desafortunada por parte de Mehta despedirse de Valencia grabando con los conjuntos de Les Arts una Turandot protagonizada por ese mamarracho de cantante que es Andrea Bocelli. Resulta triste pensar que pueden tener razón los que afirman que lo que más le interesa al maestro es llenarse los bolsillos.

1 comentario:

Miguel dijo...

Mehta, quiso dejar huella y la dejó. Entusiasmo, que con el paso de los días, deja una sensación de rabia y un cierto estado melancólico... Saludos desde Valencia.

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