viernes, 18 de julio de 2014

El Orfeo de Gluck por Pina Bausch en el Real

Confieso que la primera vez que vi coreografías de Pina Bausch (1940-2009) fue en la película de Win Wenders a ella dedicada. Al margen de los enormes valores cinematográficos de la cinta –una de las mejores utilizaciones del 3D que he visto, dicho sea de paso–, quedé subyugado por las maneras de hacer de la artista alemana. Por eso decidí prolongar un día mi estancia en Madrid, volviendo de Bruselas, para presenciar en el Teatro Real su personal visión del Orfeo y Eurídice de Gluck a cargo del Ballet de la Ópera de París, más el Balthasar-Neumann Chor & Ensemble bajo la dirección de Thomas Hengelbrock. Desventuradamente lo hice desde un asiento con no pocos problemas de visibilidad y audición, que ya expuse en una entrada anterior, pero aun así disfruté bastante del espectáculo, al menos en el aspecto puramente danzístico.


Salvando el clasicista tratamiento de la escena en los Campos Elíseos, elegantísima y de una belleza sobrecogedora, la propuesta de Bausch parece muy moderna a ojos del profano. No lo es: se remonta a 1975. En ella se reconocen las que –a tenor de la referida película, no soy precisamente un entendido en ballet– son señas de identidad de la coreógrafa, entre ellas el sentido de lo ritual, la enorme fisicidad que desprenden los movimientos, el carácter simbólico de muchos de los elementos y la enorme fuerza plástica de la ubicación de los bailarines dentro del escenario, de la colocación de los escasos elementos escenográficos y de la caída de la luz sobre los mismos. Todo ello lo realiza con un gusto exquisito y mostrándose muy inteligente a la hora de integrar a los cantantes solistas –el coro queda en el foso– dentro de la acción interactuando con los bailarines que también representaban a los distintos personajes: modélica en este sentido la segunda muerte de Eurídice, boicoteada en el Real con increíble precisión por una estentórea tos justo en el breve silencio musical en el que se descarga toda la fuerza dramática. Los bailarines fueron Stéphane Buillon, Marie Àgnes Gillot y Muriel Zusperreguy como Orfeo, Eurídice y Amor, respectivamente: solo puedo decir que me parecieron espléndidos.


Musicalmente este ha sido también el Orfeo de Bausch: en ella recae, al parecer, la desafortunada decisión de cantar la obra en alemán y la muy lógica de mantener los ballets añadidos por Gluck para París; también es cosa de ella la idea, excelente en los dramático pero en otros sentidos muy discutible, de eliminar tanto la obertura como el final feliz, sustituyendo este último por un postizo epílogo realizado con dos fragmentos escuchados con anterioridad.

Hengelbrock asumió sin problemas esos postulados y dirigió, siempre dentro de unos parámetros historicistas, sujetándose a los tempi marcados por la coreografía y abogando por un clasicismo austero, riguroso y distanciado. A mi entender, en exceso: esta música necesita una dosis mucho mayor de contrastes, de sensualidad, de luz y de color. Por otro lado, el maestro alemán fraseó con apreciable concentración, los instrumentos originales volvieron a mostrarse idóneos para esta partitura y tanto la orquesta como el coro dieron buena cuenta de su alto nivel técnico.

El punto más débil estuvo en los cantantes. Maria Riccarda Wesseling –que ya cantaba Orfeo en la filmación de esta producción realizada en 2008 y editada por Bel Air– me parece una voz de escaso interés y una artista solvente sin más, aunque he de reconocer que se marcó un “Qué farò senza Euridice” (en alemán, claro) muy notable; por cierto, en este aria Pina Basuch detiene toda coreografía para que la atención se centre únicamente en la voz. Bastante bien la Eurídice de Yun Jung Choi, y digna Jaël Azzaretti como Amor. A decir verdad, estuvieron mejor Benju Mehta, Chiara Skerath y Ana Quintans en la versión dirigida por Minkowski –la original vienesa, en italiano y sin añadidos– escuchada en el Auditorio Nacional el pasado febrero que comenté aquí mismo. Pero claro, aquella no contó con la increíble fascinación visual de esta.

Por cierto, un error por parte del Teatro Real no ofrecer sobretítulos. Lo mismo hizo hace unos días en la versión coreografiada de L'Allegro, il Penseroso ed il Moderato. ¿Pensarán que distraen de la danza?

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