viernes, 31 de octubre de 2014

De cuando Domingo dirigió en el Waldbühne a Sarah Chang

A Plácido Domingo le he escuchado dos cosas extraordinarias en su faceta de director: las Noches en los jardines de España con Barenboim al teclado (editada por Teldec y Arthaus, audio y vídeo respectivamente) y, sobre todo, la Madama Butterfly con Cristina Gallardo-Domas en el Teatro Real (sin edición comercial). En el resto de las ocasiones en que ha empuñado la batuta me ha parecido no el maestro mediocre que quienes siempre le han despreciado han intentado hacernos ver, pero sí el director meramente apañado que hace gala de corrección, sensatez y musicalidad sin muchas cosas interesantes que decir, aunque con algún importante destello de inspiración.

Es justamente lo que quedó en evidencia cuando se puso al frente de una de las más perfectas orquestas del mundo, la Filarmónica de Berlín, en el concierto anual de la formación alemana en el Waldbühne, edición del año 2001 bajo el título Noche española en la que se contó con la colaboración de la violinista Sarah Chang y la soprano Ana María Martínez. Lo vi en su momento por la tele y hace unos días visioné por fin el DVD editado hace ya años por Euroarts

Comenzó la velada al aire libre con el Fandango de Doña Francisquita: Domingo lo dirigió bien, con el carácter popular y un punto bronco que le conviene, pero podía aún haberle sacado mayor partido a esta excelente música. Más difícil era sacárselo a los Aires gitanos de Sarasate, pero aquí vino al rescate una Sarah Chang no solo perfecta virtuosa sino también artista modélica. La Marcha Española de Johann Strauss II no tuvo mucha elegancia vienesa, pero sí un sentido del humor y un garbo muy españoles. En la petenera de La Marchenera, de Moreno Torroba (“Tres horas antes del día…”), Ana María Martínez ofreció buena voz y elevada implicación expresiva, sin llegar a deslumbrar; estuvo correctamente secundada por la batuta del cantante madrileño.

En el celebérrimo Capricho español de Rimsky-Korsakov se evidenció el desencuentro entre un director que se limitaba a marcar el compás y unos solistas dispuestos a hacer música por todo lo alto: funcionó a ratos, incluso por momentos deslumbró, pero hacía falta mucha mayor implicación desde el podio. Con la romanza de Los claveles, de Serrano, la soprano puertorriqueña hizo gala de sus virtudes y de sus relativas limitaciones; me hubiera gustado un punto más emotiva, o al menos más matizada.

Mejor aquí que cuando dirigió el título de Bizet en 1992 en el Teatro de la Maestranza, Domingo sacó adelante la Fantasía sobre temas de Carmen de Sarasate poniéndose a los pies de una Sarah Chang pletórica. Sorprendentemente, Plácido destapó el tarro de las esencias en Huapango, del mexicano José Pablo Moncayo; espoleada por una batuta por fin inspirada y fogosa, la Berliner Phiharmoniker puso todo su virtuosismo al servicio de una recreación brillante en el mejor de los sentidos, llena de garra y de electricidad.

Tres propinas, empezando con Pablo Luna. La canción española de El niño judío la dijo Martínez sin mucho salero. De la Chang se esperaba algo muy brillante como despedida, pero sin embargo ofreció la Méditation de Thais con resultados para quedarse de piedra: ¡qué afinación, qué belleza sonora, qué registro grave, qué fraseo más cantable, qué concentración…! Ahí Domingo echó los restos para seguidamente limitarse hacer un poco el ganso cantando –era de esperar– en la tradicional Berliner Luft conclusiva, que con él sonó, en la orquesta, más bien tosca y vulgar.

¿Conclusión? Un DVD imprescindible para amantes del violín.

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