lunes, 31 de agosto de 2015

Salomé con Rattle y la Filarmónica de Berlín, en concierto

Es la Filarmónica de Berlín, sobre el escenario y no en el foso, la gran protagonista de esta Salome de Strauss en versión de concierto que se ofreció en la Philharmonie el 28 de marzo de 2011 bajo la dirección de su director titular, y que se encuentra disponible en la Digital Concert Hall de la formación alemana. Experiencia sensorial única escuchar la increíble orquestación de Richard Strauss en estas condiciones, con los instrumentos a la vista luciendo una perfección técnica, una suntuosidad y un sonido tan rotundo y empastado como brillante que convierten a la Berliner Philharmoniker en la que quizá seas la orquesta más adecuada en todo el orbe terrestre –con permiso de la no poco straussiana, aunque más plateada y femenina, Filarmónica de Viena– para tocar esta ópera genial.


La dirección de Sir Simon Rattle me ha parecido notabilísima. Por un lado por el concepto, muy en la línea Karajan, sin perder de vista la II escuela de Viena pero teniendo en cuenta sobre todo lo mucho que esta partitura debe al romanticismo tardío, e incluso al impresionismo. Por otro lado por la realización técnica: todo está fabulosamente planificado, la claridad es admirable, el empaste es perfecto y el colorido ofrece una riqueza abrumadora, sin quedarse en lo opulento y lo sensual sino también dando paso a lo incisivo. Los solistas de la Filarmónica de Berlín, por descontado, intervienen con el mayor acierto expresivo.

En suma, una labor sinfónica de altísimos vuelos, que solo cojea un poco por la Danza de los siete velos –algo precipitada al arrancar, y luego con alguna languidez– y por el final, no del todo visionario. El citado Karajan, en su portentosa grabación con la Filarmónica de Viena, sigue siendo el mayor intérprete de esta partitura, pero Rattle queda cerca, junto a maestros como Böhm y Sinopoli, y creo que supera a quien grabó la obra para Sony con esta misma orquesta berlinesa, Zubin Mehta, de atractivo enfoque expresionista pero algo parco en colorido y sensualidad.

Elenco de mucha altura. Emily Magee posee una voz algo impersonal pero de calidad, con centro rico en armónicos y agudos muy notables, seguros y sin cambios de color; el instrumento se queda corto por abajo para atender a las tremendas exigencias de Strauss, pero aun así es suficiente. Como intérprete muestra algo limitada a la hora de expresar la evolución del personaje, sobre todo cuando tiene que hacer de “niña pija aburrida”; cuando le entran las calores en la entrepierna va convenciendo cada vez más hasta llegar a una escena final donde está realmente espléndida, sin las sutilezas de una Behrens –mi Salomé favorita, también con Karajan– pero llena de fuerza expresiva.

Iain Paterson realiza una más que digna labor como un Jochanaan, aunque me quedo con el extraordinario Herodes de un Stig Andersen que se mete por completo en el personaje sin tener que graznar en exceso ni entregarse a la sobreactuación. Hanna Schwarz lleva ya bastantes años haciendo de Herodías, pero nunca ha terminado de calar en su diabólica personalidad; tampoco está ya para muchos trotes, aunque en cualquier caso cumple de manera sobrada. Sensacional el Narraboth de Pavol Breslik y estupendo el paje de Rinat Sahan. Alto nivel asimismo en el resto.

Desde el punto de vista audiovisual, esta Salome es menos buena: la toma sonora, siendo más que notable, adolece de un poco de compresión dinámica, y la planificación de la imagen no termina de acertar desde el punto de vista dramático. Aun así, muy recomendable.

sábado, 29 de agosto de 2015

La resurrezione de Haendel con Haïm y la Berliner Philharmoniker

Sí, ya sé que he llegado tarde: primera vez en mi vida escucho La resurrezione, oratorio de ribetes operísticos –ya saben, la ópera estaba por entonces prohibida en Roma– escrito en 1708 por un chaval de veintitrés años llamado George Frideric Haendel para su patrón Francesco Maria Ruspoli. Lo he hecho gracias mi suscripción a la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, que recoge la interpretación ofrecida el 31 de octubre de 2014 bajo la dirección de la clavecinista y directora parisina Emmanuelle Haïm, quien por cierto ya había grabado la obra en 2009 junto a su orquesta de instrumentos originales Le Concert d’Astrée para el sello Virgin. Coinciden dos de los solistas de aquella oportunidad: Camilla Tilling y Sonia Prina.


La obra presenta algunas irregularidades en su inspiración, pero contiene tanta belleza que las dos horas de audición resultan un placer: pese a su juventud, Haendel domina a la perfección la escritura vocal y hace gala de una apreciable fantasía a la hora de instrumentar –se aprovechó de la orquesta nutrida y de calidad que ponía a su disposición Ruspoli–, siempre dentro de un pleno dominio del estilo propio del barroco italiano que más tarde se convertiría en uno de los pilares de su lenguaje maduro. Convencional resulta el libreto de Carlo Sigismondo Capece, que se mueve en un doble plano: por un lado la lucha entre Lucifer y un Ángel, por otro los diálogos entre María Magdalena, María Cleofás y San Juan entre el entierro de Cristo y la Resurrección propiamente dicha. En cualquier caso, la maestría de Haendel se impone frente a cualquier circunstancia.

Interpretación de primera fila. Solo hay que lamentar el destemplado y estridente, a menudo puro grito, registro sobreagudo de Camilla Tilling, por lo demás solvente en las complicadas agilidades de su parte y sensible encarnando al Ángel. Menos bien se le dan las coloraturas a Christopher Purves, pero el barítono inglés, de cavernoso registro grave, se muestra extraordinariamente expresivo –incluso en su gestualidad– encarnando a Lucifer. Irreprochable y deliciosa la Magdalena de Christiane Karg, pese a alguna tirantez puntual por arriba, tan correcto como sensible el San Juan de Topi Lehtipuu y sensacional –por completo en su elemento– la contralto Sonia Prina como María Cleofás.

La dirección de Emmanuelle Haïm me ha parecido espléndida: ligeramente moderada en lo que a la articulación y la ligereza se refiere con respecto a su anterior comparecencia frente a la misma orquesta, ya comentada en este blog, la intérprete llega a un formidable punto de encuentro entre el rigor historicista y la sonoridad de la Filarmónica de Berlín, cuyos solistas ofrecen en sus diferentes intervenciones un nivel de musicalidad insuperable. Por no hablar de cómo suena la cuerda, con un empaste y una firmeza con la que pocas orquestas de instrumentos originales (¡y de las tradicionales, claro!) pueden rivalizar.

Vigor, agilidad, brillantez, sentido cantable y  teatralidad son las virtudes de que hace gala la señora Haïm, sensata y musicalísima en todo momento, además de formidable en uno de los dos claves usados para la ocasión. No se lo pierdan.

jueves, 27 de agosto de 2015

Gremlins 2, con más música

Si en 1984 Joe Dante marcó con Gremlins un pequeño hito en el cine digamos de “terror para todos los públicos”, seis años más tarde nos sorprendió convirtiendo a Gremlins 2 en una descacharrante autoparodia llena de referencias cinematográficas, de transgresiones metalingüísticas y de no poca mala leche, aunque en el fondo el juguete fuera mucho menos gamberro de lo que aparentaba. Inolvidable, en cualquier caso, el momento en el que los bicharracos invaden la cabina de proyección y, literalmente, ¡queman su propia película para hacer sombrar chinescas en nuestra pantalla!


Jerry Goldsmith, por su lado, intentó en el título original llevar más lejos que nunca en su carrera la integración de los sintetizadores en la orquesta; no terminó de lograrlo, y de hecho la tímbrica chirriaba un poco, pero ofreció dos temas memorables, el muy tierno de Gizmo y el gamberro Gremling rag. En la segunda parte, y habiendo escrito por medio títulos tan inspirados como Supergirl, Legend o Lionheart, alcanza ya la plena madurez en la fusión entre electrónica y sonido orquestal, y lleva a su máxima expresión una idea que había venido experimentando en sus partituras para Link y Hoosiers: añadir ritmos electrónicos pop atractivos para el público juvenil.

El resultado, la partitura de Gremlins 2: la nueva generación, fue una obra maestra llena de inventiva, de garra y de sentido del humor, más original que ninguna otra de Goldsmith en lo tímbrico –soberbio trabajo orquestador de su habitual Arthur Morton– y deliciosa en sus dos nuevos temas, el siniestro asociado con el doctor que encarna Christopher Lee y el muy lírico –en exceso, pues los personajes se prestan a trazos más caricaturescos– dedicado al matrimonio Futterman. Por supuesto, olvídense ustedes de toda seriedad: esta es ante todo música para divertirse, y quien no esté dispuesto a asumir que en más de un momento suena a versión pop de La consagración de la primavera, mejor que no pierda el tiempo. Yo, desde luego, me lo sigo pasando en grande.

Desdichadamente, la edición discográfica realizada por Varése Sarabande se atenía a las rácanas duraciones con que por entonces solían editarse las bandas sonoras. Inesperadamente, con motivo del 25 aniversario del filme el sello norteamericano nos sorprende con una nueva edición extendida hasta la hora y diecisiete minutos. ¿Merece la pena?

Para quienes admiramos a Goldsmith, rotundamente sí: aunque en la edición de 1990 no faltaba nada importante, aquí hay mucha más música que, lejos de resultar repetitiva, nos entrega más y más hallazgos del inolvidable compositor. Se incluyen además todas las referencias musicales del desmadradísimo final de la película –de Gershwin a Wagner pasando por Kander y Ebb–, además de la secuencia de los dibujos animados escrita por Fred Steiner y los breves fragmentos diegéticos a cargo de Alexander Courage. La música de Goldsmith, además, se incluye por fin en el orden correcto de aparición en la película. Total, una fiesta.

Ah, una curiosidad: en 1993 escuchamos a Goldsmith en persona en el Teatro de la Maestranza dirigir los títulos finales de esta partitura. ¡Qué tiempos aquellos!

martes, 25 de agosto de 2015

Pressler con Bychkov y la Filarmónica de Berlín

La presencia de un Menahem Pressler de noventa añitos es sin duda el mayor atractivo del programa, disponible en la Digital Concert Hall, que ofreció la Filarmónica de Berlín el 11 de enero de 2014 bajo la batuta de Semyon Bychkov. Concierto para piano nº 17, KV 543, de Mozart en los atriles. A su edad, no posee el pianista del mítico Beaux Arts una agilidad digital precisamente irreprochable. Tampoco el artista, cuyo sonido es hermoso pero no muy variado, se muestra interesado por indagar en los aspectos más dolientes y profundos de la partitura, que en el Andante los hay en cantidad. Pero sí que se muestra amplio y noble en el fraseo, coqueto en el mejor de los sentidos, cálido, sensual y profundamente humano. Emociona.


Bychkov acompaña sin mucho estilo mozartiano y escaso aliento poético, pero al menos le pone ganas al asunto y cuenta con unas maderas de ensueño. Claro que si se quiere saber hasta qué punto pueden llegar éstas en sus intervenciones en el segundo movimiento, así como hasta dónde lo hace una dirección realmente comprometida, hay que escuchar lo que Daniel Barenboim consigue con la misma orquesta en su grabación para Teldec. O la no menos sublime de Bernstein con la Filarmónica de Viena en DVD. Volviendo al concierto berlinés, Pressler ofrece de propina el Nocturno nº 20 de Chopin: no muy doliente pero de gran belleza.

Sinfonía nº 11 de Shostakovich en la segunda parte. Ya saben, El año 1905. Con una orquesta como la Filarmónica de Berlín ya se tiene la mitad del camino andado a la hora de interpretar una partitura que exige ante todo virtuosismo, un sonido tan robusto como compacto y brillantez bien entendida. Ahora bien, Bychkov solo resuelve una parte de los otros problemas que plantea: consigue que las tensiones no decaigan –algo bien difícil, la página es larga y reiterativa–, evita caer en lo quejumbroso y sabe no pasarse de rosca en los momentos más decibélicos, pero no termina de generar el ambiente opresivo, angustioso que la obra demanda –la escena de la matanza resulta más espectacular que terrorífica–, mientras que en el tercer movimiento se echan de menos hondura trágica y grandeza humanística.

Mis grabaciones favoritas siguen siendo las dos de Rostropovich, sobre todo la primera de ellas (con la Nacional de Washington, 1992). Esta de Bychkov está muy bien, pero sólo eso.

sábado, 22 de agosto de 2015

Mozart y Mahler para Dudamel

Mozart y Mahler para Gustavo Dudamel y la Orquesta Filarmónica de Berlín en una filmación realizada los días 12 y 13 de junio de este mismo año, disponible en la Digital Concert Hall. Orquesta muy nutrida y articulación tradicional para interpretar la Serenata nº 9, Postillón, de Mozart: suficiente para que se rasguen las vestiduras los fundamentalistas del historicismos. Pero a mí la interpretación de Dudamel me ha encantado: muy cálida y cantable, llena de encanto y de coquetería bien entendida, vigorosa cuando debe y, esto resulta importantísimo en Mozart, atenta a lo que en su música –en este caso, en el Andantino– hay de doliente melancolía, incluso de patetismo.

Por lo demás, la arquitectura está maravillosamente delineada dentro de los más ortodoxos cánones del clasicismo, a lo que no es ajeno el virtuosismo de una orquesta todo lo robusta y poderosa que se quiera, pero flexible, transparente y equilibrada en su empaste como pocas. Los solistas son para derretirse, y el postillón propiamente dicho, fenomenal.

Dudamel Berlin 2015

De la Primera Sinfonía de Mahler había escuchado a Dudamel una interpretación del año 2009 con la Orquesta de la Radio de Francia que me gustaba poco. Esta otra me parece algo mejor, sobre todo porque la orquesta es fabulosa y el maestro la maneja con una plasticidad y un dominio de los planos sonoros formidables, pero dista asimismo de convencerme. ¿El problema? Conceptual: Dudamel confunde ensoñación con languidez, delicadeza con excesiva suavidad y lirismo con cursilería. Así las cosas, el arranque resulta adecuadamente misterioso, pero en cuanto aparece en los violonchelos eso de “Ging heut' Morgen über's Feld” el azúcar empieza a hacer estragos. Y no, la culpa no es de Mahler.

El segundo movimiento empieza bien, sobrando quizá algún detalle rebuscado que no hacía ninguna falta; al llegar al trío, otra vez el maestro se pone repipi. En el tercero sobra suavidad y se echa de menos sentido del humor sarcástico; lo de “Die zwei blauen Augen” ya es el colmo de la dulzonería. En el cuarto Dudamel domina increíblemente bien las tempestades orquestales y, con la fuerza y comunicatividad que le caracterizan, consigue momentos portentosos, pero de nuevo las languideces entre todos esos picos llegan a resultar insoportables. Lo siento, no me gusta Mahler así interpretado.

Como curiosidad: mi madre estuvo entre el público, aunque en la filmación sólo se la ve muy de lejos.

Adiós a Daniel Rabinovich

Anoche mismo soñé con su fallecimiento. Esta tarde nos ha llegado la noticia: Daniel Rabinovich ha muerto. No creo en las dotes premonitorias, así que se trata de pura casualidad. O quizá no tanto, porque hace algún tiempo que me llevaba temiendo lo peor, a tenor del silencio que el resto de los integrantes de Les Luthiers mantenían con respecto al estado de salud de su compañero, que venía cancelando sus actuaciones durante los últimos meses, y sobre todo por el hecho de que en la fotografía promocional de su nueva gira latinoamericana aparecieran fotografiados sus reemplazantes en lugar de él.

Problemas cardíacos, al parecer. Da lo mismo: con tan solo 71 años de edad, Daniel Rabinovich abandona este mundo. Nos quedamos sin un humorista excepcional y excelente músico. Y un melómano de los de verdad, añadiría yo, que tuve la oportunidad de verle hace años entre el público del Teatro Villamarta, en compañía del también luthier Jorge Maronna, disfrutando del mítico Cuarteto Melos.

He sido entusiasta del grupo argentino desde principios de los ochenta –tendría yo diez o doce años-, cuando mi padre nos ponía en el coche la casete de Mastropiero que nunca. Desde entonces Les Luthiers me han acompañado toda mi vida: además de conocerme todos sus vídeos, he tenido la oportunidad de disfrutarles en directo en repetidas ocasiones, cuatro de ellas en Sevilla, dos en Jerez –la última el pasado octubre, aún con Rabinovich–, una en Granada y cuatro o cinco más en Madrid. Ya pueden imaginar lo que me ha entristecido su desaparición. Quizá tengamos aún la oportunidad de verles en el futuro, pero sin Daniel ya no será en modo alguno lo mismo. Descanse en paz.

Y ahora, a esperar que no tarden mucho en editar comercialmente su última filmación junto a Les Luthiers: La historia del soldado y el Carnaval de los animales con Daniel Barenboim, Marta Argerich y un puñado de músicos de la West-Eastern Divan. Casualidades.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Primer disco de Nelsons en Boston: Décima de Shostakovich

Andris Nelsons debuta discográficamente con la Sinfónica de Boston y Deutsche Grammophon en esta grabación en directo, realizada en abril de 2015, de la Décima Sinfonía de Dmitri Shostakovich. El sello amarillo ya anuncia, con el título de Bajo la sombra de Stalin, los registros de las sinfonías Quinta a Novena. Paralelamente, C Major ha editado en DVD y Blu-ray la Octava con la Orquesta del Concertgebouw, y avisa que poco a poco irá apareciendo ¡el ciclo completo de las sinfonías del autor! De hecho, Cuarta y Quinta se anuncian para el próximo octubre. Si a esto añadimos que Nelsons tenía grabada desde hace algún tiempo la Séptima en Birmingham y que en la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín ya hemos conocido interpretaciones suyas de la Sexta y la Octava, queda claro cuál es uno de los compositores favoritos del aún joven maestro letón.


Confieso que le temía un poco a los resultados, sobre todo en el movimiento inicial, a tenor de sus recreaciones de la Octava en Berlín y Ámsterdam: la primera me parece un tanto blanda y despistada y la segunda, aunque sin duda más conseguida, tampoco acaba de convencerme. Aquí, sin embargo, no hay problema alguno: el Moderato inicial, particularmente difícil de construir con un tempo tan lento como el de Nelsons (25'39'' frente a los 22'35'' de Karajan o los 21'25'' de Previn, para que se hagan una idea), está trazado de manera irreprochable en sus tensiones y distensiones, mientras que el resto se encuentra dicho con intensidad bien controlada, atención al detalle y mucha sinceridad expresiva.

Estilísticamente, además, la interpretación es certera, sin necesidad de cargar las tintas en la virulencia expresionista tanto como un Rozhdestvensky pero sin caer tampoco en las sonoridad ´"romántica" de la por otra parte extraordinaria recreación de Karajan de 1981: aquí la aspereza sonora, la agresividad, lo atmosférico y el humor sarcástico se aplican en cantidad suficiente, con moderación pero sin llegar a lo descafeinado. El final, por ventura, no lo aborda Nelsons con especial triunfalismo sino más bien con acertada ambigüedad, pese a que en la carpetilla afirme que "con la repetición frenética de D-S-C-H, escucho a Shostakovich decir a Stalin tú estás muerto pero yo todavía vivo, todavía sigo aquí". Cuestión esta que sigue sometida a debate, claro: hace algunos años escribí sobre ello para la Filarmónica de Gran Canaria. En cualquier caso, interpretación de muy alto nivel: aunque las interpretaciones digitales de Karajan y Previn, que he vuelto a escuchar para la ocasión, me siguen pareciendo las referencias, ésta se sitúa solo un escalón por debajo.

El disco de Nelsons se completa con una abrumadora, tremebunda interpretación de la Passacaglia de la ópera Lady Macbeth, dicha desde el podio con la más absoluta convicción y tocada por la orquesta al nivel que en ella se espera, es decir, de manera portentosa. Lástima que la toma sonora –he escuchado la grabación en la descarga HD, no en el compacto– recoja algo de ruido del público y resulte algo más reverberante de la cuenta. También es un poquito áspera, pero eso no le viene precisamente mal a este compositor.

lunes, 17 de agosto de 2015

Octava de Bruckner con Blomstedt en Berlín

Hace ya tiempo que el maestro estadounidense –de origen sueco– Herbert Blomstedt dejó de grabar para las grandes compañías discográficas, pero la Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín nos permite poder seguirle la pista en estos últimos años de su muy longeva carrera: ochenta y siete añitos tenía cuando –sin batuta– dirigía el pasado 10 de enero a la formación alemana nada menos que la Octava de Bruckner (edición Haas, para los puntillosos).


Obviamente Blomstedt juega con ventaja, porque no hay una sola orquesta en el mundo –incluidas Viena, Concertgebouw, Chicago y todas las que ustedes quieran– más adecuada para semejante partitura. Su empaste denso y prieto, su perfecto equilibrio entre masas sonoras, su robustísima cuerda grave y sus metales redondos, poderosos, pero nunca excesivamente brillantes o con afán de protagonismo, convierten la audición en toda una experiencia.

Por supuesto, esto no serviría de nada sin una cabeza rectora que sabe lo que se hace, y aquí tenemos a un Blomstedt que construye la magna catedral sonora con absoluta perfección, sin languideces ni puntos muertos, fraseando con sutil flexibilidad, cantando las melodías con holgura, evitando toda pesadez y alcanzando los clímax, jamás retóricos ni hipertrofiados, con absoluta lógica y naturalidad.

El problema es que Blomstedt, maestro serio y profesional donde los haya, rara vez termina comprometerse con lo que toca y ofrecer interpretaciones de auténtica referencia. Yo echo de menos un grado más de terror ante el abismo, de anhelo de encontrar respuesta en el más allá, de súplica agónica… También de sensualidad terrena, de profundidad mística y de exaltación visionaria. La coda final, por otra parte, suena más épica que trágica: no es lo que a mí más me convence.

En definitiva, una gran interpretación de “kapellmeister” de los de toda la vida, pero no una de las que hacen plena justicia a la obra como una de las más geniales sinfonías que se hayan compuesto. ¿Mis versiones favoritas? Karajan con la Filarmónica de Viena en San Florián, Giulini con la Filarmónica de Berlín, Celibidache con la Filarmónica de Múnich y Barenboim con la Staatskapelle de Berlín.

domingo, 16 de agosto de 2015

Anthéron en Aix

Todos los veranos hago algún viaje al extranjero, siempre buscando arte en cantidad y, a ser posible, música. Este año ha tocado Provenza en compañía de un amigo que es enorme, grandísimo experto en pintura gótica, y que había planificado todo al milímetro para aprovechar el tiempo al máximo: creo que nunca en mi vida he visto tal cantidad de obras de arte en tan poco tiempo. Ha sido una paliza física y psicológica monumental, pero ha merecido la pena: el arte romano, el románico y el gótico de esa tierra son extraordinarios.

Para música en principio no había lugar, entre otras cosas porque los festivales de Aix-en-Provence y Orange (¡enorme, apabullante el teatro romano en el que la Caballé ofreciese aquella Norma de referencia!) ya habían terminado. Sí que estaba desarrollándose el festival pianístico de La Roque d’Anthéron, pero no quedaban entradas para el día que fuimos allí para ver la abadía cisterciense de Silvacane. Sin embargo, el martes 4 de agosto tuvimos la oportunidad de asistir a uno de los numerosos espectáculos satélite del referido festival, concretamente el que tuvo lugar en el patio del Museo Granet –interesantísima colección de arte, dicho sea de paso– de la propia Aix-en-Provence.


El pianista era un completo desconocido para mí, Éric Vidonne, profesor del Conservatorio de París. En la primera parte abordó Beethoven: sonatas nº 10 y 25 que me parecieron interpretadas de manera mecánica, ajenas al estilo y dentro de un clasicismo mal entendido, esto es, superficial y con tendencia a lo pimpante. Me pareció bastante más centrado en las Variaciones sobre un tema de Paisiello y en el Rondo a capriccio en Sol mayor del mismo autor, pero no pudo evitar que mi amigo y yo nos aburriéramos de manera considerable. Tampoco el público –media de edad extremadamente avanzada– parecía entusiasmado.

Liszt para la segunda parte: primero esa pequeña genialidad que es La lúgubre góndola II y luego la inmensa Sonata en Si menor. Obviamente Vidonne se las vio y se las deseo con las inmensas dificultades técnicas de esta última, y tampoco supo dotar de continuidad a la misma, pero aquí sí que mostró estilo, concentración y fuerza expresiva. Los resultados fueron dignos, y eso no es poco en obras como las semejantes. No hubo propina: lo contrario hubiera sido pecaminoso tras el estremecedor final de la partitura lisztiana.

Por lo demás, me gustaría en el futuro asistir a los festivales de Aix y Orange, pero con los precios que allí se gastan (me dicen que Aix-en-Provence es una de las más caras ciudades de Francia, y por lo que he visto me lo creo) lo encuentro difícil a corto o medio plazo. Quizá cuando salgamos de la crisis… Y ahora, permítanme que vuelva a las entradas programadas de antemano.

viernes, 14 de agosto de 2015

Rattle dirige Lutoslawski, Mahler y Janácek

El concierto del 8 de septiembre de 2013 de la Filarmónica de Berlín, disponible en la Digital Concert Hall, se abría con la Sinfonía nº 2 de Witold Lutoslawski, primera obra del autor en utilizar los procedimientos aleatorios en una orquesta sinfónica. Poniendo a prueba el virtuosismo de la formación alemana, así como su capacidad para generar texturas y colores con la más absoluta precisión y la mayor maleabilidad posible, Sir Simon Rattle consigue unos resultados verdaderamente formidables, pese a que el maestro británico, como “controlador” del proceso, solo marque el ritmo en determinados momentos. Fascinante, imprescindible.


Siguen los Lieder eines fahrenden Gesellen de Gustav Mahler, donde Sir Simon ofrece una dirección animada y teatral, muy juvenil, rica en el sentido del color, ya que no especialmente poética. Christian Gerhaher posee una voz en exceso lírica, poco oscura y algo corta en el grave, pero canta con teatralidad, sentido de los contrastes expresivos y apreciable sinceridad, amén de irreprochable gusto. En diciembre del año siguiente, un servidor tendría la oportunidad de escucharle la obra en directo en el Teatro de la Zarzuela, en un recital del que ya di cuenta en su momento.

Misa Glagolítica de Leos Janácek en la segunda parte del concierto berlinés. Aunque se interpreta la más aristada versión original de la obra, y no la “tradicional”, lo cierto es que Rattle no insiste –aun sin descuidarlos– en los aspectos más tensos, dramáticos y expresionistas de la página, sino que se fija más en lo que ésta debe a la herencia tardorromántica, recreándose por consiguiente en la voluptuosidad, el vuelo lírico y el hedonismo bien entendido que la genial partitura también alberga.


Todo ello, por descontado, lo hace con la comunicatividad, vitalidad y extroversión que caracterizan al maestro, que sabe inyectar energía sin perder el control y hacer sonar a la fabulosa orquesta y al notable coro, el Filarmónico Checo de Brno, con una plasticidad irresistible. Bien Christian Gerhaher, mejor aún Stuart Skelton, notable Mihoko Fujimura y ya algo gastada, pero buena conocedora de la obra, la soprano Luba Orgonásová. Espléndido el organista Christian Schmitt.

Gran versión de la Glagolítica, en definitiva, aunque sin llegar a la genialidad extrema de Pierre Boulez en los Proms, aún disponible en YouTube.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Grosvenor toca (pero no interpreta) Chopin, Liszt y Ravel

Aunque creo haber  dicho algo por encima de él, merece la pena hacer un breve repaso por este recital con obras de Chopin, Liszt y Ravel grabado por Benjamin Grosvenor en Londres entre los días 23 y 26 de abril de 2011 para Decca, sello que se luce con una espléndida toma que adquiere especial presencia si se escucha, como yo he hecho, no en CD sino en descarga digital a 96/24. Interpretativamente, eso sí, se confirma que este señor, aun haciendo gala de una agilidad digital asombrosa, en el terreno expresivo –una cosa es tocar y otra interpretar– no vale tanto como algunos pretenden hacernos creer.

Grosvenor Chopin Liszt Ravel

La cosa queda clara en los cuatro Scherzi de Chopin: pianista de agilidad y limpieza asombrosas, capaz de regular el volumen con la mayor amplitud posible, pero muy despistado desde el punto de vista expresivo al confundir vivacidad con nerviosismo, e intensidad dramática con tendencia a lo convulso e incluso lo histérico. Además resulta cuadriculado en no pocas frases y escaso de emotividad, calidez y verdadero aliento poético en los pasajes más recogidos. Que se encuentren aquí y allá algunos de gran hermosura –más que de inspiración poética– sirve de poco.

En los dos Nocturnos chopinianos y en el par de canciones del autor –extraídas de los Seis cantos polacos– transcritas por Liszt se puede admirar un sonido pianístico muy bello y de gran delicadeza, pero la poesía de que hace gala Grosvenor resulta indolente y preciosista, escasa de emotividad, de profundidad humanística e incluso de concentración. Hay muchos detalles hermosos, pero todo suena en exceso liviano y superficial. Lo mismo se puede decir del nocturno En Reve, del propio Franz Liszt.

Quedan Ravel y su genial Gaspard de la Nuit. En el primer movimiento, Ondine, la pasmosa agilidad digital de Grosvenor le permite desplegar asombrosas irisaciones y sonidos "espumosos", aunque a la postre haya mayor fascinación sonora que poesía. A Le Gibet le falta un poco de atmósfera y de carácter siniestro. Scarbo, muy nervioso y de nuevo asombrosamente ágil, suena antes virtuosístico que amenazador, mientras que algunas frases no terminan de estar aprovechadas: faltan imaginación y compromiso. Se echa de menos, en definitiva, interpretación.

lunes, 10 de agosto de 2015

Haitink hace Schubert y Shostakovich con la Filarmónica de Berlín

Más Digital Concert Hall de la Filarmónica de Berlín, en este caso un concierto celebrado el 30 de mayo de este mismo año. Quinta de Schubert y Decimoquinta de Shostakovich en los atriles, la primera una obra de maravilloso clasicismo que esconde más de lo que aparenta, y que por ende necesita de una batuta capaz de profundizar los suficiente, y la segunda una de las más fantasmagóricas y nihilistas sinfonías que se hayan compuesto. En el podio Bernard Haitink, maestro objetivo por antonomasia. Esto, para unos, es sinónimo de honestidad, de respeto a la partitura, de voluntad por no permitir que la visión personal de las cosas enturbie el mensaje del compositor. Para otros es más bien síntoma de falta de compromiso, de impersonalidad e incluso de impotencia creativa. Quizá haya un poco de todo ello, pero lo cierto es que al holandés no se le pueden regatear una técnica de batuta soberbia y un gusto exquisito que jamás da pie a ninguna clase de devaneo sonoro.


Aunque la orquesta es aún mejor (¡maravillosas maderas!) y más adecuada que la Sinfónica de Londres, la Quinta sinfonía de Franz Schubert sigue la línea de la que le escuché a Haitink en los Proms del año anterior, esto es, apolínea y transparente a más no poder, construida de manera portentosa y de una depuración sonora fuera de serie, pero muy ajena al espíritu shubertiano, sobre todo en un segundo movimiento aséptico y banal en grado extremo, carente de lirismo, de sensualidad y de carácter humanístico. Correcto pero en exceso distanciado el primer movimiento. Bien el Menuetto, y más que eso en el trío. Lo mejor es el Allegro vivace conclusivo, trazado con vigor y entusiasmo sin perder una finura del trazo que le permite clarificar de manera admirable la polifonía.

Funciona de manera bastante más convincente la Decimoquinta sinfonía del ruso. Han pasado nada menos que treinta y seis años desde su notable grabación con la Filarmónica de Londres –probablemente su primer acercamiento a la obra, ya que el ciclo sinfónico de Shostakovich fue una imposición de Decca–, pero lo cierto es que Haitink no ha variado su visión de misma: sobria, rigurosa y de perfecto equilibrio entre lo onírico, lo sarcástico y lo ominoso, sin cargar las tintas en ninguno de estos aspectos (¡imposible no recordar el sarcasmo expresionista de Rozhdestvensky!). Con Haitink, como siempre, el análisis distanciado se impone frente a la vehemencia.

Los resultados, en cualquier caso, ahora son mejores que entonces, en parte porque el maestro ralentiza relativamente los tempi –un minuto más cada uno de los movimientos extremos– y, con ello, genera mejor la atmósfera ominosa que requiere la obra, y en parte porque en esta partitura antes camerística que sinfónica los primeros atriles desempeñan un papel fundamental, y los de la Filarmónica de Berlín poca competencia encuentran en virtuosismo y expresión. Bueno, consigo mismos: la grabación en vivo de la Berliner Philharmoniker con Kurt Sanderling de 1999 es mejor aún que esta (y que cualquier otra, con excepción de la del propio Sanderling en Cleveland).

En defintiva, interpretación no de referencia pero sí de mucha altura la de Haitink en Berlín, siempre que se esté de acuerdo con esta visión “desde el más allá” por completo alejada de la visceralidad expresionista. Por lo demás, produce escalofríos ver al maestro con ochenta y seis años a sus espaldas, y siendo consciente de quién le espera a la vuelta de la esquina, dirigir los últimos compases de la obra, significando estos lo que significan. Quizá por ello el público de la Philharmonie le aplaudiese con especial calor.

jueves, 6 de agosto de 2015

La canción de la Tierra de Klemperer suena mejor que nunca

Tengo varias ediciones en compacto de la justamente mítica Canción de la Tierra que grabó Otto Klemperer al frente de su orquesta (Philharmonia cuando se registraron en 1964 los movimientos con Frizt Wunderling, New Philharmonia cuando en 1966 se hizo lo propio con los de Christa Ludwig): la original de 1985, que era todavía AAD, la remasterizada en 1998 para la serie Great Recordings of the Century y la de la caja editada en 2011 por EMI France que incluye todas las grabaciones con música de Mahler que el maestro de Breslau realizara para el sello del perrito con el gramófono.


Pues bien, he tenido ahora la oportunidad de escuchar la toma en HD Audio disponible en HD Tracks, que yo mismo me he pasado a DVD (sin imagen, claro). Probablemente se trate del mismo reprocesado de la Klemperer Edition de 2013, cuya caja Mahler no tengo en casa; en cualquier caso, parece claro que suena aún mejor que en las encarnaciones anteriores en compacto. La toma sonora siempre ha sido admirable, cosa no poco sorprendente tratándose de una grabación realizada en un lapso de tiempo de tres años y en dos salas diferentes, los estudios de Abbey Road y el Kingsway Hall, pero lo cierto es que la audición en HD ojo, hay que tener un amplificador que decodifique los 96 kHz/24 bit–, aun manteniendo un poco de distorsión en los violines, ha ganado más aún en presencia, redondez e inmediatez sonora, muy particularmente en lo que se refiere a la rotundidad de la impresionante cuerda grave. Una maravilla técnica para el que es, sencillamente, uno de los más importantes discos de música clásica que existen.

Imposible decir algo sobre ella que no se haya dicho antes, pero conviene recordar algunas cosas. Otto Klemperer consigue la cuadratura del círculo con una dirección que ofrece tremenda fuerza expresiva –centrándose, por descontado, en los aspectos más negros de la partitura y, al mismo tiempo, resulta tan sobria como marcadamente antirromántica. Ni que decir tiene que todo está bajo el más férreo control por parte de la batuta, que planifica con una tensión dramática y una claridad incomparables –tremenda la concentración pese a la relativa lentitud–, y que no hay espacio alguno para el preciosismo, la evanescencia, la dulzura o el éxtasis contemplativo.


Lo de Frizt Wunderlich es un milagro: parece mentira que no solo salga indemne de una parte tan extremadamente difícil, sino que además lo haga haciendo gala de una expresividad a flor de piel y, sobre todo, de una belleza vocal increíble. Ni un solo tenor que haya abordado esta obra se le acerca, ni de lejos. Christa Ludwig está maravillosa, y aunque ella misma haya declarado preferir a Bernstein en esta partitura, y por ende enfoques más voluptuosos y emotivos, aquí sintoniza a la perfección con la visión expresionista, oscura y concentrada del maestro de Breslau.

Lo dicho, una de las cuatro o cinco más importantes grabaciones de música clásica que se hayan realizado. No hace falta insistir más.

martes, 4 de agosto de 2015

Paavo Järvi y Yuja Wang con la Filarmónica de Berlín

Concierto de la Filarmónica de Berlín del 16 de mayo de 2015. Dirige Paavo Järvi, aunque la protagonista es la joven Yuja Wang –veintiocho años de edad– en su debut junto a la orquesta alemana. El tremendo Concierto para piano nº 2 de Prokofiev es la pieza escogida para la ocasión.

Quizá sea esta la mejor de las interpretaciones de la página –tiene una filmación con Dutoit y un disco con Dudamel– a cargo de la pianista oriental, como siempre fulgurante en cuanto a agilidad digital, adecuadamente incisiva y muy certera a la hora de indagar en los aspectos oníricos de la pieza, pero carente de un sonido lo suficientemente denso y poco preocupada por los matices expresivos. La diferencia con respecto a sus anteriores incursiones la marca la Filarmónica de Berlín, que de nuevo (grabaciones con Gutiérrez./Tennstedt, con Li/Ozawa y con Bronfman/Nézet-Séguin) se confirma como orquesta ideal para la obra por la robustez de la cuerda grave y, sobre todo, la elevadísima musicalidad de sus solistas, muy bien dirigidos todos por un Paavo Järvi no muy imaginativo ni comprometido –ese nunca es su fuerte–, pero sí certero en el sonido y la expresión –incisividad, virulencia–, así como en sintonía con la solista a la hora de ofrecer texturas mágicas y sugerentes veladuras.


Ni que decir que el público de la Philharmonie aplaude a rabiar. La solista interpreta de propina la Marcha turca de Mozart, en arreglo de Arcadi Volodos y de la propia Wang.

La velada se había abierto con Obertura, Scherzo y Final de Robert Schumann. Sin que se note tanto como en aquella ocasión, porque al fin y al cabo tiene delante a una orquesta tan robusta y de tan larga tradición como la Berliner Philharmoniker, el maestro estonio ofrece un Schumann en la línea de su integral sinfónica de 2011 frente a la Deutsche Kammerphilharmonie, esto es, moderadamente influida por las corrientes historicistas. ¿Qué quiere decir esto? Pues que agilidad, ligereza, incisividad y sentido del ritmo se ponen por muy por delante de aspectos como la flexibilidad en el fraseo, la delectación melódica o la reflexión poética. Por eso mismo esta interpretación gustará mucho a quienes en esta –reconozcámoslo, más bien floja– partitura busquen ante todo luz, vivacidad y frescura juvenil, y dejará con agridulce sabor de boca a quienes echen de menos esa sensualidad y esa elevación poética tan particulares en este autor y, por otra parte, tan difíciles de conseguir.

Primera sinfonía de Shostakovich para terminar. Al igual que su padre, Paavo es un maestro que parece sintonizar con esta partitura bastante más que con otros repertorios. No es solo que todo esté en su sitio y que suene plenamente a Shostakovich, sino que además se ofrece fuerza, sinceridad y hasta una serie de interesantes hallazgos desde el podio.

El primer movimiento, dicho con adecuada insisividad y sarcasmo sin necesidad de cargar las tintas, no es quizá el que está mejor dirigido de los cuatro, pero aquí los increíbles solistas de la orquesta (¡sensacional Emmanuel Pahud!) colocan en listón en lo más alto no solo en lo técnico, sino también en lo expresivo. El segundo sabe ser juguetón al mismo tiempo que ofrecer misterio –bien paladeados los interludios entre los ataques de las cuerdas– y una buena dosis de ferocidad, con detalles muy interesantes. El tercero resulta adecuadamente patético –aunque aquí difícil alcanzar a Bernstein– y el cuarto, delineado de manera irreprochable y con momentos incandescentes, concluye con la adecuada mezcla de brillantez y amargura. Lástima que en la coda el maestro se precipite un poco. La extraordinaria calidad de la orquesta, en cualquier caso, redondea una interpretación de muchísimo nivel.

En conjunto, un concierto bastante recomendable, que ustedes pueden ver –si están dispuestos a pagar– en la Digital Concert Hall de la formación alemana.

lunes, 3 de agosto de 2015

...en buvant du Manzanilla.

Está en el centro de Sanlúcar de Barrameda, no a las afueras de Sevilla, pero la Bodega La Cigarrera, fundada en 1758, sería ideal para una filmación del segundo acto de Carmen. No haría falta cambiar nada, salvo eliminar la luz eléctrica: entrar allí es un verdadero viaje al pasado. ¡Y qué decir tiene del sabor de la manzanilla que en ella se cría!

La foto es de anoche mismo, con Ángel Carrascosa –no necesita presentación– y mi querido amigo Vicente Acuña, al que ustedes puede que hayan leído porque de vez en cuando deja comentarios en este blog.


Y ahora, con su permiso, me voy de vacaciones. Necesito desconectar por completo. Cuando vuelva, me toca la mudanza a la sierra. Durante este mes las entradas, ya casi todas programadas, saldrán de manera automática. Perdonen si no contesto a los comentarios. Gracias.

La Bella Susona: el Maestranza estrena su primera ópera

El Teatro de la Maestranza ha dado dos pasos decisivos a lo largo de su historia lírica –que se remonta a 1991, cuando se hicieron Rigoletto...