martes, 4 de agosto de 2015

Paavo Järvi y Yuja Wang con la Filarmónica de Berlín

Concierto de la Filarmónica de Berlín del 16 de mayo de 2015. Dirige Paavo Järvi, aunque la protagonista es la joven Yuja Wang –veintiocho años de edad– en su debut junto a la orquesta alemana. El tremendo Concierto para piano nº 2 de Prokofiev es la pieza escogida para la ocasión.

Quizá sea esta la mejor de las interpretaciones de la página –tiene una filmación con Dutoit y un disco con Dudamel– a cargo de la pianista oriental, como siempre fulgurante en cuanto a agilidad digital, adecuadamente incisiva y muy certera a la hora de indagar en los aspectos oníricos de la pieza, pero carente de un sonido lo suficientemente denso y poco preocupada por los matices expresivos. La diferencia con respecto a sus anteriores incursiones la marca la Filarmónica de Berlín, que de nuevo (grabaciones con Gutiérrez./Tennstedt, con Li/Ozawa y con Bronfman/Nézet-Séguin) se confirma como orquesta ideal para la obra por la robustez de la cuerda grave y, sobre todo, la elevadísima musicalidad de sus solistas, muy bien dirigidos todos por un Paavo Järvi no muy imaginativo ni comprometido –ese nunca es su fuerte–, pero sí certero en el sonido y la expresión –incisividad, virulencia–, así como en sintonía con la solista a la hora de ofrecer texturas mágicas y sugerentes veladuras.


Ni que decir que el público de la Philharmonie aplaude a rabiar. La solista interpreta de propina la Marcha turca de Mozart, en arreglo de Arcadi Volodos y de la propia Wang.

La velada se había abierto con Obertura, Scherzo y Final de Robert Schumann. Sin que se note tanto como en aquella ocasión, porque al fin y al cabo tiene delante a una orquesta tan robusta y de tan larga tradición como la Berliner Philharmoniker, el maestro estonio ofrece un Schumann en la línea de su integral sinfónica de 2011 frente a la Deutsche Kammerphilharmonie, esto es, moderadamente influida por las corrientes historicistas. ¿Qué quiere decir esto? Pues que agilidad, ligereza, incisividad y sentido del ritmo se ponen por muy por delante de aspectos como la flexibilidad en el fraseo, la delectación melódica o la reflexión poética. Por eso mismo esta interpretación gustará mucho a quienes en esta –reconozcámoslo, más bien floja– partitura busquen ante todo luz, vivacidad y frescura juvenil, y dejará con agridulce sabor de boca a quienes echen de menos esa sensualidad y esa elevación poética tan particulares en este autor y, por otra parte, tan difíciles de conseguir.

Primera sinfonía de Shostakovich para terminar. Al igual que su padre, Paavo es un maestro que parece sintonizar con esta partitura bastante más que con otros repertorios. No es solo que todo esté en su sitio y que suene plenamente a Shostakovich, sino que además se ofrece fuerza, sinceridad y hasta una serie de interesantes hallazgos desde el podio.

El primer movimiento, dicho con adecuada insisividad y sarcasmo sin necesidad de cargar las tintas, no es quizá el que está mejor dirigido de los cuatro, pero aquí los increíbles solistas de la orquesta (¡sensacional Emmanuel Pahud!) colocan en listón en lo más alto no solo en lo técnico, sino también en lo expresivo. El segundo sabe ser juguetón al mismo tiempo que ofrecer misterio –bien paladeados los interludios entre los ataques de las cuerdas– y una buena dosis de ferocidad, con detalles muy interesantes. El tercero resulta adecuadamente patético –aunque aquí difícil alcanzar a Bernstein– y el cuarto, delineado de manera irreprochable y con momentos incandescentes, concluye con la adecuada mezcla de brillantez y amargura. Lástima que en la coda el maestro se precipite un poco. La extraordinaria calidad de la orquesta, en cualquier caso, redondea una interpretación de muchísimo nivel.

En conjunto, un concierto bastante recomendable, que ustedes pueden ver –si están dispuestos a pagar– en la Digital Concert Hall de la formación alemana.

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