viernes, 4 de septiembre de 2015

Mozart y Bruckner por Haitink en Berlín

Probablemente nunca ha sido Bernard Haitink un gran intérprete del clasicismo, pero lo cierto es que su dirección del excelso Concierto para piano nº 9 de Mozart, antes Jeunehomme y ahora conocido como Jenamy, me ha parecido notable: sobria pero no distanciada, elegante y fluida mas no liviana, atenta a los acentos dramáticos en el sublime Andantino y, no menos importante, con su toque –muy suave, eso sí– de chispa y picardía en los movimientos extremos. No se puede decir aquí que el maestro holandés se muestre soso, aunque quizá sí del solista de este concierto ofrecido el 15 de marzo de 2014 en la Philharmonie de la capital alemana y disponible en la Digital Concert Hall, un Emanuel Ax en todo momento correcto, aseado y musical que no cae en el error de convertir la partitura en una cajita de música, pero que tampoco se muestra capaz de enriquecerla con matices poéticos, sentido de los contrastes y variedad expresiva. Una lástima, porque la Filarmónica de Berlín está excelsa.

Como curiosidad, el pianista norteamericano tenía otra interpretación filmada junto a la misma orquesta, también en la Digital Concert Hall, correspondiente al 31 de diciembre de 2005. Dirigía Rattle en esa ocasión, y lo hacía, además de con una articulación moderadamente influida por el historicismo, con una dosis de chispa y desparpajo muy superior a la de Haitink, pero sin su sentido del pathos en el segundo movimiento y globalmente algo trivial; influido por la batuta, Ax se mostró entonces más risueño y comunicativo, pero también más cuadriculado y ajeno a los matices en los pasajes rápidos.


Volvamos al concierto 2014: Cuarta sinfonía de Anton Bruckner para la segunda parte. Como era de esperar, una interpretación objetiva y poco personal, pero portentosa por su arquitectura, de una claridad y una fuerza interna pasmosas, al tiempo que atentísima al detalle –absoluto control de las dinámicas, perfecto equilibrio de planos–, y de un idioma netamente bruckneriano. Eso sí, en lo expresivo va de menos a más, flojeando el primer movimiento por su relativa falta de calidez y vuelo poético. Tampoco el segundo es particularmente emotivo, pero sus clímax están construidos de manera formidable y alcanzan una tensión imponente. Sobrio y viril el Scherzo, aunque su trío resulta sorprendentemente suave –que no blando- y ensoñado. Portentoso el Finale, construido con una grandeza ajena a la retórica y una fuerza controlada a la que resulta imposible resistirse. La enorme calidad de una orquesta adecuada a más no poder termina haciendo que, pese a las relativas desigualdades de la batuta, los resultados alcancen el sobresaliente.

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