domingo, 31 de enero de 2016

Dignísimo Otello en el Villamarta: este es el nivel

Para mí, lo más significativo de la función del Otello verdiano que ofreció anoche el Villamarta fue percibir con claridad, por las reacciones murmullos, interjecciones ante las diferentes pericias narradas por Boito a partir del original de Shakespeare, que gran parte del público congregado se acercaba por primera vez a semejante obra maestra absoluta, impresión que corroboraban los comentarios que se escuchaban a la salida. Por eso mismo, a quienes se preguntan qué sentido tiene que un ayuntamiento por completo arruinado invierta dinero en algo como la ópera, habría que responderles que nada más y nada menos que dar a conocer las grandes creaciones del arte escénico a una ciudad que por mucho tiempo ha vivido alejada de la música clásica. Entre otras cosas.

Cuestión diferente es preguntarse si el apoyo de Ministerio de Cultura y Junta de Andalucía ha estado a la altura de las circunstancias, si las empresas privadas jerezanas han querido comprometerse, si el Ayuntamiento ha supervisado correctamente la gestión de sus menguantes aportaciones, o si desde la cúpula del teatro se han administrado con rigor los recursos disponibles: Hacienda acaba de disolver la Fundación Teatro Villamarta por el déficit acumulado. Lo cierto es que esta podría ser la penúltima propuesta operística queda aún la nueva producción de Cavalleria/Pagliacci que dirige, faltaría más, Francisco López que se ve en Jerez por mucho tiempo.


Los resultados han sido un modelo del nivel al que debe aspirar al Villamarta, nivel que a veces se supera con creces y a veces queda demasiado lejos, por mucho que los responsables del teatro y algunos artistasse crean con derecho a recibir críticas siempre positivas o, cuanto menos, piadosas. Pero esta vez, insisto, se ha alcanzado ese nivel: una función llena de dignidad, atendible en todo momento, de gran equilibrio global entre los diferentes aspectos artísticos, que permitió disfrutar con garantías y sin sobresaltos, a veces incluso con emoción, de la genial creación de Verdi y Boito. Aunque sin alardes.

El punto flaco del Villamarta está siempre en los "cuerpos estables", esto es, en su coro que es fijo y en las tres o cuatro orquestas que más frecuentan su foso, en esta ocasión una Filarmónica de Málaga de sonido pobretón y con algunos solistas violonchelo que han dejado que desear. Expresivamente, sin embargo, terminaron convenciendo gracias al buen trabajo de Joan Cabero con las voces y de Carlos Aragón a la batuta. Este último dirigió con convicción, buen pulso y desarrolladísimo sentido teatral, aunque también de manera algo metronómica, sin atender mucho a las atmósferas y cayendo a veces en el desmadre de cara a la galería: deficientes los finales de los actos segundo y tercero. Su atención a los cantantes fue plena.

Estos últimos, supongo, han debido de hacer un gran esfuerzo para sacar estas funciones adelante, y sospecho que han trabajado mucho antes por amor al arte y por solidaridad con el teatro que por otra cosa, lo que les hace merecedores de todo nuestro respeto. Dicho esto, tampoco vamos a ocultar sus limitaciones, en este caso la de un Albert Montserrat que, habiendo sido barítono en tiempos pasados, sufre tiranteces y estrangulamientos cuando se trata de llegar a la franja superior; pero su voz posee un peso muy adecuado para el moro, se beneficia de un fiato muy considerabe y su expresividad, poco desarrollada en los aspectos amorosos del personaje, sabe crecerse en un acto IV lleno de convicción y entrega. Ya es mucho en un rol como este.

Yolanda Auyanet no posee una voz que a mí me resulte particularmente atractiva, pese a su buen volumen y apreciable esmalte. Sin embargo, ofreció una Desdémona que fue de menos a más, un tanto anodina en el primer acto el dúo resultó frío tanto por ella como por él–, y luego con la temperatura in crescendo hasta culminar en una Canción del sauce y un Ave María de mucha clase, por línea impecable importa poco o nada algún sobreagudo tirante y musicalidad exquisita. Una pena que los aplausos rompieran la magia del momento.

Excelente el barítono José Antonio López, Yago de voz muy sonora y homogénea que supo ser malvado y "echado para adelante" sin caer en las truculencias y excesos que a veces tenemos que soportar en el personaje. En alguna que otra frase pudo quizá haber matizado aún más, haber ofrecido más sutilezas y claroscuros, pero lo compensó con una actuación escénica francamente notable, de auténtico profesional. Leo que en el Liceo este papel lo está haciendo el horroroso Vratogna y se me abren las carnes: ¿cómo es que no han contado con este señor que es mil veces mejor cantante?

La Emilia de María Ogueta me pareció excelente. El siempre eficaz Emilio Sánchez, ya algo mermado, hizo un muy correcto Casio. Aceptable el Roderigo de Manuel de Diego y decepcionante mi siempre admirado Luiz Álvarez en el rol de Ludovico: su voz, aun de la nobleza adecuada para el personaje, me pareció cansada, y además su situación en el escenario no le favorecía en absoluto. También se quedó corto el Montano de Andrés Bey.

La producción escénica venía del Teatro Principal de Palma de Mallorca y corría a cargo de Alfonso Romero: tradicional en todos los sentidos, modesta en sus medios y en sus dimensiones, pero francamente sensata pese a algún detalle ridículo, como el de visualizar la imaginaria infidelidad de Desdémona con Casio y muy bien llevada a cabo, con correctísima dirección de actores y espléndida dirección de masas, sacando además un excelente partido teatral del barco giratorio diseñado por Miguel Massip que hacía las veces de escenografía. Convencía menos el vestuario de María Miró, que podía recordar a algunas producciones de zarzuela, pero el aspecto visual fue equilibrado por la buena luminotecnia de Lia Alves, que nos regaló unos preciosos efectos en la gran escena de Desdémona del acto IV.

Lo dicho: gran equilibrio escénico y musical en una obra complicadísima de llevar a buen puerto. Difícilmente se puede hacer más con menos. Este es, sin duda, el nivel al que debería aspirar siempre el Villamarta.

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