jueves, 3 de marzo de 2016

Debut discográfico de Esther Yoo

Esther Yoo es una muy joven –nació en 1994– violinista estadounidense que, después de recibir una formación netamente europea y conseguir varios premios a tempranísima edad, ha ascendido con rapidez hasta conseguir debutar discográficamente nada menos que en Deutsche Grammophon y junto a Vladimir Ashkenazy y la Philharmonia. Y atreviéndose con el concierto de Sibelius, nada menos, ese mismo en el que se han estrellado unas cuantas grandes figuras del violín.


¿Supera la prueba? A mi entender, no. O no del todo: el sonido que extrae de su Stradivarius es francamente bello, y desde luego posee una técnica más que suficiente para tocar esta obra de dificultad extrema. El problema está en el enfoque. Yoo se muestra lírica y luminosa en el buen sentido, es decir, sin dejarse llevar por la blandura ni quedarse en lo meramente contemplativo, pero al mismo tiempo se queda bastante corta a la hora de desplegar el sentido dramático y la emotividad intensa de esta no poco oscura y torturada página. Su lectura, por ende, resulta en exceso unilateral, poco variada en la expresión y carente de toda la tensión interna deseable; incluso puede resultar algo apagada, sobre todo en un tercer movimiento sin apenas garra.

Aunque quizá no llegue a calar a fondo en la partitura, Ashkenazy demuestra –muchos años después de su magnífica integral sinfónica para Decca con esta misma orquesta– seguir sintonizando perfectamente con el idioma de Sibelius, tratándolo en el punto justo de equilibrio entre romanticismo tardío y modernidad, evitando la tentación de quedarse en la belleza epidérmica y sabiendo hacer que suena hosco, poderoso y hondo sin necesidad de forzar las cosas. En fin, el resultado de la combinación entre batuta y solista una lectura notable, pero lejos de las maravillas de Barenboim con Zukerman y Vengerov, de Ferras/Karajan o de la de Znaider/Valcuha, grabaciones todas ellas comentadas por aquí, por no hablar de la radical y discutible de Oistrakh/Rozhdestvensky.

El disco incluye también el hoy bastante olvidado Concierto para violín de Glazunov. Bien acompañada de una batuta que sintoniza con el universo algo decorativo del compositor y sabe ofrecer garra cuando debe al igual que plegarse a las sutilezas, la señorita Yoo se desenvuelve de maravilla derrochando chispa, coquetería y encanto. Por desgracia, vuelve a haber un problema de concepto: su lirismo resulta un tanto blando, incluso un punto lastimero, carente del calor humano, de la intensidad y de la garra que en su momento supieron ofrecer Mutter con Rostropovich, Perlman con Mehta  y, sobre todo, Vengerov con Abbado. He vuelto a escuchar las dos últimas grabaciones citadas y esta de Yoo con Ashkenazy no tiene nada que hacer frente a ellas.

Al final, lo más interesante del disco está en las propinas, la Suite para violín y orquesta de cuerda de Sibelius y el Grand Adagio de Glazunov, dos páginas infrecuentes pero deliciosas que se escuchan con enorme placer. Las interpretaciones parecen muy buenas, pero en el caso de la obra del finés he podido comparar con Tetzlaff/Dausgaard y se evidencia que la presente podía ser más redonda: la solista atiende más a la vertiente lírica de la página que a lo mucho que tiene de extroversión, mientras que Ashkenazy no termina de parecer motivado. En la obra del ruso los resultados, siempre dentro del lirismo digamos "frágil" en que se mueve la intérprete, son irreprochables.

La toma sonora es de mucha calidad –al menos, escuchada en HD–, pero hay un sonido en el fondo, diría que electrónico, que no debería estar ahí. Disco de relativo interés, pues.

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