miércoles, 2 de marzo de 2016

Gourlay, un extrardinario fichaje

Radio Clásica retransmitió en directo el concierto que ofreció la Sinfónica de Castilla y León el pasado domingo por la mañana en el Auditorio Nacional a manera de intercambio con la ONE, en estos días precisamente visitando Valladolid. Mi interés inicial por el evento, comprobar si Sergei Khachatryan había mejorado su aproximación al Concierto para violín de Sibelius desde su relativamente decepcionante registro de 2003 junto a Emmanuel Krivine. Respuesta afirmativa: si su sonido no resultaba entonces lo suficientemente poderoso, ahora lo hace por completo –robusto, homogéneo, de carnoso registro grave ideal para la obra–, y si el enfoque de antaño podía parecer menos tenso de la cuenta, incluso un punto blando, en 2016 ofrece toda la intensidad al mismo tiempo doliente y rebelde que demanda la página. La canción que ofreció como propina, recreada con musicalidad asombrosa, conformó nuestra creencia de que el artista armenio es uno de los más excepcionales violinistas de la actualidad.


Claro que al final no fue la actuación de Khachatryan lo que más me impresionó, sino la de Andrew Gourlay, británico de ascendencia rusa que se ha convertido en el nuevo titular de la formación castellana. Para mí, un completo desconocido –salió victorioso hace años del concurso de Cadaqués– al que a partir de ahora seguiré con mucha atención, porque si el Sibelius lo dirigió bastante bien, con momentos de mucha garra dramática, lo que hizo con la Octava sinfonía de Shostakovich fue memorable. Tanto, que a mi entender los tres primeros movimientos estuvieron casi a la altura de los más grandes recreadores de la página, léase los Mravinsky, Rozhdestvensky, Previn, Haitink y compañía (¡les aseguro que no exagero!), y bastante por encima de lo que hacen con ella mi admirado Andris Nelsons y directores de menor enjundia que confunden tristeza con languidez y pianísimo con pérdida de tensión.

Nada de eso ocurrió con Gourlay: desde el tremendo arranque hizo gala de una magistral capacidad para tensar la arquitectura y alcanzar unos clímax tremebundos en el primer movimiento, demostrando asimismo ser capaz de resultar virulento sin perder la sonrisa sarcástica en el segundo y de transmitir todo el terrorífico carácter implacable del tercero sin desatender el carácter burlesco y de denuncia de su sección central, en este caso con la perfecta complicidad de una trompeta magnífica –con su gazapo y todo– en carácter e intención.

¿Y los dos últimos movimientos? Pues menos bien, en parte porque la batuta no terminaba de exprimir toda su atmósfera ominosa, en parte por una orquesta que habiéndolo dado todo, necesitaba aún haber dado más de sí misma para que se mantuviera el mismo nivel: la Octava de Shostakovich es una obra extremadamente difícil tanto en lo técnico como en lo expresivo, y la Sinfónica de Castilla y León aún tiene que crecer para estar a la altura del desafío. Aun así, tengo la impresión de que han hecho un fichaje extraordinario y de que le espera un gran futuro. Estaremos al tanto de las grabaciones –en el intermedio Pérez de Arteaga interrogó sobre los títulos concretos sin obtener respuesta– que tienen previsto realizar con este flamante nuevo titular. ¡Enhorabuena!

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