viernes, 23 de septiembre de 2016

San Silvestre 2015 con Rattle y la Mutter

Sir Simon Rattle decidió dedicar el concierto de San Silvestre –31 de diciembre– de 2015 al repertorio francés. Inapropiado en principio para su personalidad, a la postre el resultado sería artísticamente de lo más satisfactorio. Se abrió el programa con la obertura de L'Étoile de Emmanuel Chabrier, página dedicidamente menor pero simpática en la que Rattle ya demuestra saber compatibilizar la alegría y el desparpajo con la voluptuosidad lírica (¡qué violonchelos!) y el refinamiento en el color.


Aparece a continuación nada menos que Anne-Sophie Mutter para recrear Introduction et Rondo Capriccioso de Camille Saint-Säens. Como era de temer, la violinista alemana encuentra en la introducción la ocasión propicia para desplegar todo un catálogo de sus más insufribles amaneramientos, pero cuando llega el Rondó propiamente dicho, y a pesar de alguna que otra frase en exceso preciosista, demuestra que sabe poner su increíble virtuosismo, tal vez el más grande conocido en semejante instrumento, al servicio de la expresión sincera, fraseando con una garra, una inmediatez y una fuerza expresiva que nos hacen olvidar de inmediato todos los reparos referidos. Rattle acompaña de manera impecable, con convicción y con su habitual entusiasmo y frescura digamos que juveniles, pese a que hace ya tiempo que peina canas.

Las danzas de la ópera Le Cid, de Massenet, las recrea el maestro de manera verdaderamente prodigiosa, ofreciéndonos chispa, salero, color y un muy logrado ambiente festivo –sin duda uno de los puntos fuertes del arte directorial de Rattle–, pero también elegancia, sensualidad, refinamiento bien entendido y ese especial perfume de lo francés imitando a lo presuntamente español que debe evitar tanto la excesiva levedad que a veces asociamos tópicamente con lo primero como el desmelene de la percusión que todavía hoy algunos entienden como propio de lo segundo. Lógicamente, con la excelencia de los resultados tiene mucho que ver la musicalidad de los profesores de la orquesta, que tocan francamente motivados. Nunca imaginé que de esta música se lograra sacar semejante partido.

Vuelve la Mutter para ofrecer Tzigane, pero aquí la partitura le ofrece menos espacio para sus veleidades sonoras. Antes al contrario, demanda al solista sonar con rusticidad zíngara, con temperamento ardiente y con una agilidad arrolladora. Anne-Sophie sabe hacer perfectamente lo primero (¡qué manera de modelar su violín para obtener todo tipo de colores y de texturas!), pone toda la carne en el asador en lo que a lo segundo se refiere y en cuanto a lo tercero, a los dedos, ofrece un espectáculo como pocas veces se ha escuchado. Rattle trabaja con los pinceles finos que demanda Ravel, demuestra enorme sensiblidad para el color y acompaña a la solista con enorme fuerza expresiva, redondeando así una interpretación magistral.


Continua la velada con la suite de Les Biches, infravalorada pero deliciosa página de Francis Poulenc. La sintonía de la personalidad de Sir Simon con ella, justamente esa misma que le convierte en formidable intérprete de Haydn, es total y absoluta. Hay aquí frescura, chispa, desparpajo, jovialidad y muchísimo sentido del humor, este último con su conveniente toque de sorna y rusticidad bien entendida; también hay elegancia, delectación melódica, refinamiento –todo se encuentra minuciosamente expuesto– y una perfecta comprensión del lenguaje del neoclasicismo. Todo ello, por descontado, con la complicidad de una orquesta cuyos miembros se lo pasan en grande. El resultado es sensacional, con permiso de la soberbia grabación del ballet completo que realizara Georges Prêtre allá por 1980.

Finaliza el programa oficial con La Valse. Como era de esperar, el maestro británico lleva la obra a su terreno y en lugar de decantarse por resaltar los aspectos más atmosféricos y turbulentos de la página raveliana, ofrece una recreación extrovertida, luminosa, cálida y entusiasta, también poética y siempre comunicativa, riquísima en el sentido del color y muy sensatamente matizada, con su punto justo de decadentismo –se pasa quizá en alguna frase aislada–, pero sin perder de vista el trazo global. Solo en la recta final de la obra se pueden echar de menos algunos matices en el fraseo y juegos agógicos por los que optan otros directores y de los que Rattle, con la mirada puesta en el empuje y la decisión, decide prescindir. La orquesta, trabajada una minuciosidad que permite discernir todos y cada uno de los trazos de la escritura, rinde de manera impresionante.

Una fogosa Danza húngara nº 1 de Brahms ofrecida como propina cierra este programa editado en Blu-ray por Euroarts con excelente calidad de imagen y sonido, este último en una resolución superior a la de la mayoría de los BR con imágenes.

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