martes, 21 de marzo de 2017

Gran Schumann por Coin y Herreweghe

Negar la posibilidad de interpretar a Schumnann siguiendo parámetros historicistas resulta tan equivocado como decir que esta vía es más apropiada –por presuntamente rigurosa con respecto a la praxis de la época– que las maneras tradicionales. Aquí el gran Christophe Coin, a despecho de algunos rasgos propios de quienes trabajan con instrumentos originales que pueden resultar amanerados para quienes no están acostumbrado a estas sonoridades–, ofrece una verdadera lección de sensatez, de musicalidad y de sinceridad expresiva, tocando no solo con fluidez, holgura, virtuosismo y una admirable belleza, sino también apuntando al meollo expresivo de la música, a su particular mezcla de lirismo, elegancia, ternura y pasión al borde del desbordamiento, y haciéndolo con la mayor convicción posible, aun sin llegar –eso parece imposible– a esa especial comunión que con la obra mantenían Rostropovich y, sobre todo, Jacqueline Du Pré.


La gran sorpresa viene por parte de Herreweghe, aquí lejos aún de su tendencia a la blandura, la ingravidez y el amaneramiento (¡horrenda Cuarta de Mahler!) que ha ido desarrollando a lo largo de los últimos años, y dispuesto a aportar fuego, concentración y sentido de los contrastes a una dirección a la que quizá le falta un último punto de claridad. Gran trabajo, en cualquier caso, como el que hace con la Sinfonía nº 4: una versión acertadamente impetuosa y dramática a la que la rusticidad de los instrumentos originales le sienta de maravilla, como lo hacen también el equilibrio de planos sonoros que se deriva del planteamiento "históricamente informado".

En cualquier caso, no es la de la sinfonía una versión redonda. Lo menos bueno es quizá el segundo movimiento, no del todo sensual ni emotivo, aunque la batuta sí que acierta con el regusto amargo que debe poseer. El resto es espléndido, aunque en general se podía pedir un punto más de flexibilidad en la agógica, también de depuración sonora, así como una transición entre los últimos movimientos con más sentido de la atmósfera y de la fuerza visionaria que alberga la genial partitura schumanniana. Soberbia la toma sonora.

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