viernes, 30 de junio de 2017

Hernández Silva con la Academia de Estudios Orquestales: puro fuego

Enorme honestidad y valentía la de Manuel Hernández-Silva al escoger el programa del concierto de la Academia de Estudios Orquestales de la Fundación Barenboim-Said ofrecido ayer jueves en la Sala Turina de Sevilla: Sinfonía Júpiter de Mozart y Cuarta de Schumann. Dos partituras extremadamente difíciles de tocar con auténtica limpieza, y no precisamente menos fáciles de interpretar por parte del director. O sea, de las que dejan por completo al descubierto las insuficiencias tanto de la batuta de turno como de la orquesta, en este caso una formación de jóvenes andaluces que refuerzan con estas jornadas sus estudios –algunos andan todavía en el conservatorio, otros ya han salido de él– y que en no pocos casos actúan por vez primera ante el público con un repertorio sinfónico. Circunstancia esta última que hay que tener muy en cuenta a la hora de valorar su labor: no se les puede pedir lo mismo que a la Sinfónica de Sevilla que a esa misma hora actuaba en el Maestranza, orquesta de la que precisamente forman parte la mayoría de sus maestros de la referida Academia. Medio en serio medio en broma, casi podíamos llamar a este conjunto “Joven Sinfónica de Sevilla”.

Pues bien, y siempre teniendo en cuenta la referida circunstancia, creo que los resultados desde el punto de vista técnico han sido muy positivos. Injusto y ridículo sería ocultar que hubo irregularidades. Se deslizaron sonoridades ácidas en los violines, y en algún momento –final de la transición de la introducción al Allegro en la obra de Schumann– estos anduvieron muy desmadejados. Las trompetas, que realizaron su labor sin una sola nota falsa, sonaron demasiado fuertes en Mozart. Y los grandes solos del segundo movimiento de la sinfonía del alemán fueron desiguales: al oboe le traicionaron los nervios en su diálogo con un violonchelo –una chica– que estuvo muy correcto, mientras que ya en solitario, el primer violín resolvió francamente bien su difícil y bellísima parte.


Aquí acaban los reparos. Porque el conjunto sonó de manera bastante satisfactoria, poco titubeante y muy disciplinado, equilibrado entre sus secciones y, sin duda espoleado por la batuta, con muchísima entrega expresiva. Soy testigo de que hace años la Orquesta Joven de Andalucía –la que dirigió el mismísimo Barenboim en Marbella, sin ir más lejos– no alcanzaba semejante nivel. Si tenemos en cuenta que la propia OJA estuvo muy bien en Jerez hace tan solo unos meses, la conclusión parece clara: aunque haya aún mucho camino por recorrer, el nivel medio de los jóvenes instrumentistas andaluces se encuentra ahora mejor que nunca. Y eso se debe tanto a la constancia de los chavales como al profesorado de los conservatorios, pero también a la posibilidad de completar sus estudios con proyectos de diferente naturaleza, entre ellos éste de la Fundación Barenboim-Said que patrocina la Junta de Andalucía. Por tanto, se merecen también un fuerte aplauso los profesores salidos de la ROSS y el propio maestro Hernández-Silva.

Me queda hablar de la labor puramente interpretativa de este último. Me gustó bastante en la primera parte y regular en la segunda. Fue el suyo un Mozart de esos “de la gran tradición”, por completo ajeno a las maneras históricamente informadas que, me temo, algunos intentan imponer en Sevilla frente a la deseable convivencia entre las dos líneas. Y dentro de esa “gran tradición”, que a su vez ofrece muchísimos senderos que recorrer (¿qué tienen que ver entre ellos el Mozart de Furtwängler, Klemperer, Böhm, Kubelik o Marriner?), Hernández-Silva ofreció una Sinfonía nº 41 poderosa, con músculo –que no masiva–, rotunda, llena de fuego y de pasión, mucho antes interesada por el pathos que por la belleza sonora, y desde luego un punto protobeethoveniana. Vamos, una Júpiter propiamente jupiterina. No estuvo, sin embargo, tan atento a los aspectos líricos de la página: al segundo tema del primer movimiento o al sublime Andante cantabile, aunque fraseados sin rigidez y con su adecuado punto de sensualidad, se les podía haber sacado más partido. Tampoco jugó lo suficiente con las gradaciones dinámicas ni atendió del todo al equilibrio de planos, algo con lo que seguramente tuvo que ver la deficiente acústica que la pequeña sala presenta para una orquesta de estas dimensiones: todo sonaba demasiado fuerte. Triunfó el maestro, en cualquier caso, por su temperamento verdaderamente irresistible y su fuerza comunicativa.

La Cuarta de Schumann me pareció diferente a la que le escuché en enero de 2015 al frente de la OJA. Si en aquella percibí el punto de equilibrio exacto entre lirismo y pasión, salvo en un cuarto movimiento que entonces me pareció en exceso clásico, esta me ha parecido puro fuego, para lo bueno y para no lo tan bueno. Y si la Júpiter pide ante todo potencia expresiva, la página del autor de Genoveva exige también una delicadeza, una levedad bien entendida y una agilidad que en manos de algunos directores terminan convirtiéndose en frivolidad y cursilería. Por completo alejado de semejantes veleidades, Hernández-Silva cayó en el otro extremo: su lectura resultó temperamental a más no poder y tuvo unos muy adecuados acentos dramáticos, y hay que elogiar cómo su batuta consiguió que los chavales tocaran con una pasión desbordada, pero con frecuencia el fraseo fue cuadriculado –sobre todo en el primer movimiento– y la tosquedad hizo acto de presencia. El hermosísimo segundo movimiento estuvo bien cantado, aunque a mí me gusta con ese sabor agridulce tan difícil de conseguir. La dificilísima transición al cuarto estuvo resuelta solo con dignidad, mientras que la gran coda final fue furtwaengleriana a tope, dicho sea como el mayor de los elogios posibles.

Para cerrar ya estas líneas, compartir plenamente el discurso final del maestro sobre la importancia de apoyar la formación de estos jóvenes (¿habrá habido, quizá, quienes voluntariamente hayan decidido darle poca difusión a este evento?). También sobre la terrible situación en su Venezuela natal y sobre la necesidad de alcanzar la paz mediante el diálogo en Oriente Medio: la recaudación del concierto iba dirigida a UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina.

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