jueves, 8 de marzo de 2018

Prokofiev por Denève: bodrio supremo

Los señores de Deutsche Grammophon llevan ya tres décadas intentando tomarnos el pelo. Primero fue con James Levine y Neeme Järvi: les hicieron grabar absolutamente de todo, sirvieron los productos con diseños gráficos espectaculares y se empeñaron en hacernos creer que esas grabaciones eran oro molido cuando en realidad, con algunas contadas excepciones, no valían un pimiento. Luego llegaron Pletnev y Minkowski: más de lo mismo. Vendieron como churros y todavía hoy hay quienes creen que estos dos terriblemente mediocres músicos albergan algún talento. Y ahora podrían estar planteándose hacer lo mismo con el francés Stéphane Denève (n. 1971), un maestro que ha sido titular de la Royal Scottish National Orchestra y de la actualmente disuelta Sinfónica de Stuttgart, es principal director invitado de la Orquesta de Filadelfia (¡nada menos!) y detenta la titularidad de la Filarmónica de Bruselas. Tras algunos discos en Naxos dedicados a Roussel aterriza en el sello amarillo, en el que ha grabado un CD dedicado al compositor contemporáneo Guillaume Connesson y otro a Saint-Saëns y Poulenc, este último con la mismísima Orquesta del Concertgebouw. Y ahora llega un monográfico Prokofiev que incluye suites realizadas por el propio maestro –siguiendo un orden bastante discutible– de esas dos enormes obras maestras que son Romeo y Julieta y La Cenicienta, en este caso con el concurso de la citada formación belga. Los resultados me han parecido calamitosos.


No sé por dónde empezar. ¿La orquesta? Mediocre tirando a mala. La batuta la trata con considerable vulgaridad, sin atender apenas a la limpieza de planos sonoros; se aprecia más de un desajuste. ¿Las interpretaciones? Por completo equivocadas. Denève se interesa sobre todo por la delicadeza que albergan estos pentagramas; pero bajo su batuta se trata de una delicadeza más bien frágil, tímida, carente de verdadera emotividad. Las sonoridades tienden a lo pringoso y se advierten aquí y allá portamentos fuera de lugar. La tendencia a la cursilería resulta evidente. Pero lo peor no es eso, sino la absoluta falta de tensión sonora, de contrastes y de fuerza dramática en los pasajes que exigen mayor temperamento. Nunca jamás he escuchado versiones tan blandengues, flácidas y aburridas de esta música. Y espero no volver a escucharlas. La marcha fúnebre tras la muerte de Teobaldo no puede sonar más pobretona, mientras que el Vals de la medianoche de Cenicienta resulta por completo deslavazado. En este último ballet sí que hay, algo es algo, un apreciable sentido del humor –no especialmente corrosivo: nada que ver con Rozhdestvenski–, pero los resultados globales no son menos irritantes que en la pieza basada en Shakespeare. Por si fuera poco, la toma sonora está muy lejos de los estándares de hoy día, incluso escuchando el registro en alta definición.

No sé si me dejo algo. Ah, sí: paupérrima la entrevista del libretillo. A la postre, a este producto no se le puede calificar sino de bodrio supremo. Que algo así haya visto la luz no dice nada bueno de la Deutsche Grammophon. ¿Qué se apuestan a que en los próximos meses vemos a orquesta y director en nuevas grabaciones de otras obras de repertorio? Así están las cosas.

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