jueves, 15 de marzo de 2018

Prokofiev por Jurowski: el ruido y la furia

Cuando comenté las horrorosas interpretaciones recientes de las sinfonías nº 2 y nº 3 de Prokofiev a cargo de Vladimir Ashkenazy prometí presentar un disco con lecturas mucho más recomendables. Pues aquí está: lo protagoniza Vladimir Jurowski, quien ya tenía una Quinta grabada para el mismo sello e inicia ahora con este primer volumen un nuevo ciclo sinfónico del autor de Pedro y el lobo.


En el aspecto puramente artístico, el irregular maestro –no hace mucho ofrecía las que quizá sean las peores Hébridas de la historia del disco– da aquí la de cal cogiendo al toro por los cuernos. ¿Son estas dos sinfonías las más representativas del Prokofiev decibélico, opresivo y brutal? ¡Pues que se note! Así las cosas, el maestro moscovita se decanta por el ruido y la furia para subrayar la vertiente más –digámoslo así– combativa de estas páginas, trátese del “maquinismo” de la op. 40 o del expresionismo de la op. 44. Y lo hace con todas las consecuencias.

Venturosamente, Jurowski no es Gergiev. No son estas versiones rutinarias, de brocha gorda ni planteadas de cara a la galería. Poseen el idioma perfecto, se encuentran trabajadísimas y evitan toda vulgaridad a pesar de poner la maquinaria a su máxima potencia. Los colores son los adecuados, los planos se encuentran perfectamente diferenciados, los detalles están en atendidos todo momento, los clímax parecen –en general– muy bien planteados y cuando hay que frasear con lentitud y concentración, así se hace. Los resultados son más que notables.

Concretando un poco, la Segunda sinfonía ofrece un primer movimiento de una potencia “mecánica”, una visceralidad y una fuerza opresiva abrumadoras, con la misma intensidad los directores que más han abundado en este terreno –exceptuando quizá el muy corrosivo Rozhdestvensky–, pero aportando una dosis superior de claridad y detallismo. El segundo movimiento está planteado con la intención de subrayar las diferencias expresivas entre cada uno de los pasajes de este tema con variaciones, aunque aquí hay que decir que las más conseguidas son aquellas en las que se requiere una rítmica más vigorosa, un colorido más incisivo y cierta dosis de mala leche: cuando hay que desplegar lirismo onírico, texturas refinadas y sentido del misterio, Jurowski se queda un poquito corto. Por eso mismo me sigo quedando con la sensualidad, el lirismo y la extrema depuración sonora de Seiji Ozawa en su registro con la Filarmónica de Berlín, aunque también sea cierto que con el maestro oriental se echaban de menos unas gotas de sentido del humor grotesco.

La Sinfonía nº 3 me ha hecho rememorar el Ángel de fuego –ópera de la que sale toda esta música– que presencié en la Ópera de Múnich en el verano de 2016, una función que no quise comentar en el blog a pesar de haber sido una de las cosas más impactantes que he presenciado en mi vida. En el foso estaba precisamente Jurowski, ofreciendo una labor formidable que ahora repite en disco con esta lectura eminentemente oscura, diabólica y terrorífica, de sonoridades virulentas –impresionantes texturas de las maderas en el tercer movimiento–, fraseo tan anguloso como obsesivo, atmósferas alucinadas y tensiones implacables. Expresionismo puro y duro, incluyendo dentro del mismo una buena dosis de humor negro –intervenciones de la madera grave llenas de socarronería– pero sin dejar espacio para otras consideraciones. Y ese es el único reparo que pongo: en comparación con Muti –referencial su disco con Philadelphia, por no hablar de la increíble lectura que le escuché en directo con la Sinfónica de Chicago–, al ruso le falta atender a esa atmósfera embriagadora, a ratos mística, a ratos sensual cuando no abiertamente erótica, que también anida en los pentagramas. La música de Prokofiev, ni siquiera la de esta época, es únicamente una sucesión de explosiones sonoras. En cualquier caso, la experiencia es de las que atrapan desde el primer minuto para dejarte exhausto al final.

No he dicho nada sobre la orquesta: la State Academic Symphony Orchestra “Evgeny Svetlanov”. Es decir, la Orquesta Estatal de la URSS de toda la vida, ahora llevando el nombre de quien durante tantos años fuera su titular. Obviamente se trata de una muy buena formación, pero no al nivel de la London Philharmonic de la que Jurowski sigue siendo titular, ni menos aún al de las verdaderamente grandes europeas. La cuerda en más de un momento me ha parecido rígida, mientras que el metal posee esa particularísima sonoridad “soviética”, algo vacilante y poco empastada, que a mí dista de convencerme. Sea como fuere, el maestro trata a su formación rusa con enorme conocimiento de lo que se trae entre manos y diseccionando con maestría –nunca he escuchado versiones más claras que las presentes– el complicadísimo tejido contrapuntístico elaborado por el compositor en estas dos obras decididamente a reivindicar.

Justo es añadir que la toma sonora es soberbia, y si ya resulta de admirar en calidad CD –que es como yo la he escuchado a través de la plataforma Tidal–, seguramente debe de ser la releche en SACD multicanal.

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