martes, 17 de abril de 2018

Sobre el Mahler de Harding

Tenía unas ganas tremendas de conocer Viena, así que aprovechando el razonable precio del vuelo desde Jerez y las próximas festividades en mi tierra, acudiré a la capital austríaca para una breve pero espero que provechosa estancia de tres noches. ¿Música? Un programa Debussy con Barenboim, Argerich y la Staatskapelle, un Boccanegra con Hampson y una Quinta de Mahler con la Wiener Philharmoniker y Daniel Harding. Del británico conocía una Décima de 2007 con la misma orquesta que, como escribí aquí mismo, me irritó de manera considerable; pero también una Sexta de 2014 con la Filarmónica de Berlín que, como también dije en este blog, me pareció estupenda. Movido por la curiosidad, he escuchado otras tres interpretaciones mahlerianas a cargo del de Oxford.


Comencé buscando algún testimonio de la Quinta. Lo encontré: toma radiofónica con Filarmónica de Los Ángeles correspondiente al 26 de octubre de 2012. Y la verdad es que el británico sorprende gratamente con una interpretación planificada de manera formidable, dicha con ganas de hacer música y –con una excepción a la que me referiré abajo– bastante sensata en lo expresivo, lo que quiere decir que se muestra sincero y, sin renunciar a la peculiar retórica mahleriana, intenta no convertir la obra en un cúmulo de amaneramientos. En este sentido, los dos primeros movimientos se desarrollan con fluidez y buen pulso, sin languideces ni grandes sobresaltos, aunque se pueda echar de menos un punto adicional de arrebato. El Scherzo, ofreciendo un perfecto equilibrio entre la sensualidad, el lirismo más o menos folclórico y lo alucinado, se desarrolla dentro de la mejor ortodoxia, lo que no impide a la batuta ofrecer originalidades en los pizzicati de la sección central. El Adagietto sabe ser más intenso que meramente contemplativo, aunque aquí al maestro se le escapan unos dulzones portamenti en los violonchelos. ¡Ya decía yo que por algún lado le tenía que salir la vena cursi! Lo mejor resulta ser el Finale, dicho con enorme entusiasmo y todo un portento de virtuosismo por parte de batuta en el tratamiento de líneas y timbres, como también de una orquesta que luce un espléndido conjunto de trompas. En fin, que si Harding resta blandura en el Adagietto, quizá le escuche en Viena una versión de muchísimo calibre.

Luego fui a por la Décima con la Filarmónica de Berlín, siempre en la versión ejecutable a cargo de Deryck Cooke, recogida por la Digital Concert Hall de un concierto de 2013; es decir, lectura seis años posterior a su registro en Viena. ¡Qué diferencia! Y es que ahora el británico ofrece una interpretación de enorme calado, no solo portentosamente expuesta sino también dicha con sinceridad. Solo hay que censurar cierta discontinuidad en las tensiones del primer movimiento: no empieza con toda la concentración posible, luego mejora de manera considerable y, tras los dos grandes clímax, se vuelve un punto más resignada y dulce de la cuenta. Irreprochable Purgatorio. Los dos scherzi son estupendos, interesándose el maestro en destacar su carácter grotesco y la valentía de su escritura (¿de Mahler o de Cooke?). Y admirable el escalofriante último movimiento, sobresaliendo un estupendo solo de flauta y el intensísimo canto del mismo tema por parte de la cuerda hacia el final; quizá al “grito” postrero le falte un poco de rabia, pero en conjunto se trata de una soberbia interpretación.

Retrocedo en el tiempo para escuchar la Sinfonía nº 1 filmada en 2009, editada comercialmente por la Orquesta del Concertgebouw. Aquí las cosas funcionan de manera mucho más irregular. El desperezarse del arranque está estupendamente plasmado merced a una técnica de batuta superlativa y a una cuerda de asombrosa maleabilidad, pero al llegar a la melodía de “Ging heut' Morgen über's Feld” Harding opta por una suavidad extrema que encuentro contraproducente; a partir de ahí, comienza un tira y afloja en el que se alternan pasajes muy notables con otros en exceso ensimismados. El segundo movimiento está francamente bien, aunque en el trío, aun no excediéndose en los portamenti como hacen otros directores, Harding echa demasiada azúcar. En el tercero la atmósfera y el misterio se imponen por encima de la ironía, opción que no es mi favorita pero que resulta perfectamente válida; eso sí, en “Die zwei blauen Augen” (¿lo adivinan?) Harding cae en una dulzonería ya decididamente insoportable. El Finale, aun de nuevo con más de un denaveo con la blandura, convence por el soberbio espectáculo sonoro, perfectamente planificado y sin escándalo gratuito, que plantean Harding y los portentos de Amsterdam.

En definitiva, una recreación tan desconcertante como lo es el propio artista británico, quien parece, a tenor de las fechas de estos registros, ir de menos a más. Aún me quedan algunos testimonios mahlerianos suyos por conocer: intentaré escucharlos, a ver si se confirma la impresión.

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